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Crítica de Guille63


Guille63
19 July 2023
Permítanme que, como Ernaux en su novela, empiece mi comentario con una cita de Chéjov:

“Lo que querría es salvarlo todo, lo que ha existido alrededor suyo, continuamente, salvar su circunstancia.”

De esto se trata, de dejar constancia de una vida individual en el contexto social y sentimental en el que esta sucedió, “salvar algo del tiempo en el que ya no estaremos nunca más”, el mismo objetivo de Proust, uno de sus autores preferidos, aunque, obviamente, no comparta ni mirada ni experiencia vital ni estilo, lento, detallista, sentimental y laberíntico el de uno, seco, cortante, distante y directo el de la otra.

“Una de las grandes cuestiones susceptibles de hacer que avance el conocimiento de sí es la posibilidad o la imposibilidad de determinar cómo, en cada edad, cada año de la existencia, se representa uno el pasado.”

Y así es como ella procede en esta nueva entrega, nueva para mí, de Ernaux: una sucesión de párrafos cortos sobre un sinfín de detalles de su vida personal y colectiva a lo largo de más de sesenta años, y como esos recuerdos, así como la idea que iba teniendo de sí misma y de sus futuros deseados en cada uno de los presentes, han ido también cambiando a lo largo de Los años.

Verdaderamente, envidio al público francés coetáneo de la autora por este documento sobre la Francia post Segunda Guerra Mundial. Aunque el mundo se haya ido globalizando y todos los occidentales compartamos muchos de los hechos históricos y los procesos sociales y políticos que se han ido produciendo, aquellos que no hemos vivido en Francia durante Los años no podemos tener con la autora la complicidad que conlleva esa memoria sentimental compartida repleta de noticias locales, personajes políticos, intelectuales, libros, películas, actores y actrices, canciones, artistas, famosillos, víctimas de horribles o simpáticos sucesos, eslóganes, anuncios o programas de radio y televisión, multitud de iconos que solo pertenecen a una generación en un tiempo y en un espacio concreto. Y, aunque no me considero ese tipo de lector que necesita imperiosamente identificarse de alguna forma con la historia leída, me habría encantado compartir toda esa carga sentimental con la autora.

“Todo se borrará en un segundo. El diccionario acumulado de la cuna hasta el lecho de muerte se eliminará. Llegará el silencio y no habrá palabras para decirlo. de la boca abierta no saldrá nada. Ni yo ni mí. La lengua seguirá poniendo el mundo en palabras. En las conversaciones en torno a una mesa familiar seremos tan solo un nombre, cada vez más sin rostro, hasta desaparecer en la masa anónima de una generación remota”.

No obstante, he caminado gustoso a su lado durante todo su periplo personal, una historia marcada por victorias que terminaron convirtiéndose en derrotas: empezando por su paso por la universidad que acabó por sentir como la ruptura con su mundo de origen, las grandes ilusiones y decepciones políticas —mayo del 68, Mitterrand, la igualdad entre hombres y mujeres (creo que las mujeres también lo disfrutarán aún más que nosotros)…—, su matrimonio, la llegada de nuevos tiempos en los que “la profusión de cosas escondía la escasez de ideas y el desgaste de las creencias”, hasta ese momento en el que nos damos cuenta que hemos pasado de relegar a nuestros padres por haberse quedados anclados en el pasado a ser arrinconados por nuestros hijos que, al igual que nosotros unos años antes, en la seguridad de saberlo todo de la vida, se burlan de nuestra incompetencia y de nuestras trasnochadas ideas sobre casi todo, hasta ese momento, vivido como la derrota definitiva, en el que somos conscientes de que el futuro ha dejado de ser un “espacio de fondo ilimitado”.

“Le invadía la vieja impresión de sentirse fuera de la fiesta.”

Una novela de derrotas que sin embargo termina con una gran victoria, la escritura de esta novela para la que tanto esfuerzo gastó durante años hasta encontrar la forma definitiva y que consiguió salvando tanto a una tercera persona con su “demasiada exterioridad, alejamiento” como a la primera y su “demasiada permanencia, estrechez, asfixia” y con la que consigue emocionar sin buscarlo, invitándonos e incitándonos a repasar también nuestra vida y volver a aquellos hechos, propios y colectivos, que marcaron las etapas de nuestra historia y así, como la autora, poder “unir esas múltiples imágenes de ella, separadas, desajustadas, mediante el hilo de un relato, el de su existencia”.
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