Momo

En unas de esas tardes de librerías que tanto disfruto con mi hija y que mi bolsillo siempre acaba acusando, vimos la edición de Santillana ilustrada por Fernado Vicente del libro que nos ocupa.

No hube de insistir mucho y Casiopea, a su ritmo, detrás de unos pies descalzos se vino bajo el brazo a condición de que realizara una relectura.

Momo llegó al mundo de la li para despertar conciencias de la mano de un inmenso Michael Ende que aun siendo visionario, se echaría las manos a la cabeza si hubiera vivido un solo segundo de nuestro presente siglo.

La pequeña protagonista posee la virtud saber escuchar. Esta infravalorada capacidad, logra que aquellos que son oídos, se escuchen también, a sí mismos, y poder reconocer los errores de sus conductas.

Momo, además, dispone del mayor tesoro del universo, el tiempo, y para ella, perderlo es ganar.

Bajo el disfraz de la fantasía, Ende lanzó un grito de auxilio, casi desesperado. ¡Qué estáis haciendo insensatos!
Hoy, los hombres grises han ganado la batalla, y mira que nos avisó.

El gran banco del tiempo ha impuesto su ley y dirige cada latido de las manecillas de nuestro reloj.
Hemos firmado un contrato con esta sociedad tan "avanzada" que nos deniega un mísero instante para el placer de contemplar.

Y lo peor, hemos roto el vínculo con el entorno hasta el punto de que nuestro consciente lo descarta, adaptado a la nueva velocidad.

Prisa, siempre tenemos esa maldita palabra que ha remplazado al corazón. Hoy, solo latimos urgencia.

Dadas las circunstancias, lo lógico es abrazar esta novela y dejar las ventanas de nuestra alma abiertas de par en par, para, primero ventilarla y después, impregnarnos de su magia.

En Momo, la felicidad se encuentra en las cosas sencillas. Esas que hemos abandonado en aras de un progreso que se ha convertido en una sombra que nos persigue, nos espía y nos conduce a gastar.

Una novela que ha envejecido mucho mejor que la actual civilización.

Una de esas obras llena de valores olvidados y que si no es para leerla con los oídos bien abiertos, no valdrá la pena perder el tiempo.
Aunque precisamente "perderlo" sea su propósito.