La historia interminable

La historia interminable es, sin lugar a dudas, uno de los grandes libros de mi infancia.

Releído hasta la saciedad (ella, obsesiva desde niña 😅), fue hogar, ancla y refugio durante años. Y, por eso, tenía muy claro no sólo que mi hijo debía leerlo también, sino que teníamos que hacerlo juntos.

Me ha resultado muy especial volver a este libro más de treinta años después, pero aún más al compartirlo con él, mi mejor compañero de lecturas.

Porque ha sido realmente mágico acompañarlo en la experiencia de descubrirlo desde cero. Viéndolo maravillarse con las descripciones, los giros y las pequeñas historias que componen esta gran, inmensa historia. Anticipando el brillo en sus ojos cada vez que su cerebro hacía clic al comprender una revelación y sus implicaciones. Recibiendo su mirada con la boca abierta cada vez que las piezas encajaban en su lugar y se veía alcanzado, como lector anclado en la realidad, por este magnífico juego metaliterario de la matrioshka de libros. El libro dentro del libro dentro del libro (y es una pena que ya no lo editen respetando esto).

Nos ha dado, además, para hablar de los deseos, de la imaginación, del poder de las historias, del amor propio y del valor de apreciar lo cotidiano que nos rodea. Incluso para jugar a imaginar cómo continúa alguna de las decenas de ramificaciones narrativas más allá de cada «pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión».