Poética para acosadores: Nueve cuentos de violencia, locura y soledad

Lean estos cuentos, de los mejores que he leído en mucho tiempo… vale, no todos son igual de maravillosos, pero solo por tres de ellos —Llorones y kibitzers, kibitzers y llorones, El invitado y Poética para acosadores— deberían leerlo todos ustedes. de hecho, de los nueve relatos que reúne el libro, solo hay dos que me gustaron poquito.

Y pensar que Elkin solo tiene dos libros publicados en España, un tío que ha ganado dos veces el National Books Circle Award, que ha sido finalista del PEN Faulkner Award y del National Book Award, admirado por autores como Richard Ford, Saul Bellow, Cynthia Ozick, William H. Gass y, no menos importante, requeteadmirado a partir de ahora también por mí mismo. Editores, por favor, hagan su trabajo y corrijan este gran error.

“Su hijo en la tumba. Bajo toda aquella tierra. Bajo todo aquel polvo. En una caja metálica. Hermética, había dicho el director de la funeraria. Ay, Dios mío, «hermética». «Sellada al vacío». Como un bote de café. Su hijo estaba bajo tierra y en la calle los maniquíes de los escaparates lucían los modelos de la temporada próxima.”

Lo que les digo, lean estos cuentos y comprenderán mi sorpresa. Una sorpresa que se acrecentó al descubrir que uno de los cuentos, el que en España da título al libro (en USA escogieron el de otro de los cuentos: Criers and Kibitzers, Kibitzers and Criers), ya lo había leído en la nunca suficientemente bien valorada antología del cuento norteamericano de Richard Ford y, aunque me gustó, no me alertó sobre el autor al que olvidé de inmediato. Bueno, no quiero ser muy duro con mi yo de hace tanto tiempo, venga, me perdono, pelillos a la mar.

“Era la cama más grande en la que iba a dormir jamás. Siempre pensaba en esos términos. de pronto, un cigarrillo cualquiera se convertía en su cabeza en el mejor o en el peor que se fumaría ese día. Ejecutado con inusual soltura, un acto tan cotidiano como atarse los cordones de los zapatos podía ser recordado para siempre. Esto, indirectamente, teñía de tristeza su visión de la vida, pues sabía que a cada momento estaba viviendo experiencias que no volverían a repetirse nunca.”

¿Y qué se van a encontrar aquí? Pues, presentados con un estilo soberbio, original, lírico en ocasiones, se las verán con todo un plantel de perdedores, descentrados y patéticos rebeldes sin causa, todos masculinos y judíos, que el autor disfruta en poner ante situaciones difíciles o peculiares, aunque cotidianas, creando una turbadora atmósfera de desastre inminente, más turbadora cuanto más humorístico, corrosivo y negro es el tono. Un puñado de capullos a los que Elkin golpea para volverlos a levantar con el único propósito de darles un porrazo aún más fuerte del que también se recuperan solo para recibir un nuevo golpe, y así sufren y no saben cómo protegerse, se encaminan al precipicio y no saben cómo parar, hacen justo lo que no deberían hacer y no pueden evitarlo. No sé ustedes, pero yo no puedo evitar gozar viendo cómo estos humanos se joden la vida de esa forma tan malsana e incoherente, aunque el gozo sea casi siempre agridulce y puede que hasta un poco autocompasivo. Parece que no hay esperanza, hay que afrontarlo, amigos.

“Yo soy Push el acosador, y odio a los niños nuevos y a los mariquitas, a los listos y a los tontos, a los niños ricos, a los pobres, a los niños con gafas, a los que hablan raro, a los presumidos, a los que se las dan de buenos y a los que se las dan de listos, a los que pasan lápices y a los que riegan las plantas. Y a los tullidos, sobre todo a los tullidos. No amo a nadie que sea amado ... Me habría gustado tener otros ojos, otras manos, una madre en el supermercado...(Saben qué me hace llorar? La Declaración de Independencia. «Todos los hombres nacen iguales.» Precioso.)