Pasear, paradójicamente, hace posible la quietud.
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Pasear, paradójicamente, hace posible la quietud.
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El geógrafo Yi-Fu Tuan dice que un espacio se convierte en un lugar cuando a través del movimiento le conferimos significado, cuando lo vemos como algo susceptible de ser percibido, aprehendido, experimentado.
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«¿Qué idea fue la causa de tan audaz violación de la propiedad?, ahora no puedo acordarme», escribe Virginia Woolf al describir una excursión a «Oxbridge» (es decir, Oxford y Cambridge) en la que caminó sobre el césped y un bedel salió para ahuyentarla: solo los profesores y los alumnos (varones, en ambos casos) podían pisar el césped o entrar solos en la biblioteca. Una habitación propia no trata solo de la necesidad de un espacio tranquilo, privado y aislado. También trata de los límites con que chocan las mujeres en el mundo cuando salen de la habitación; trata de la intromisión intelectual, de atreverse a formular las preguntas sobre las mujeres y la novela, y las mujeres y la historia, que nunca se han formulado.
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Hay demasiado espacio en el mundo. Lo encuentro apabullante y me vuelvo loca. Esta necesidad de alejarme de lo que quiero es como un sadismo que ya no aspiro a comprender.
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Cuando has volado a otro lugar para vivir tu propia vida, olvidas que en cuanto te acercas a la tierra donde comenzaste, la fuerza de la gravedad reafirma su dominio y te reclama.
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Georges Perec también se había sentado en aquella plaza, en ese mismo café, durante una semana de 1974 y había puesto por escrito todo ese trasiego —taxis, autobuses, gente comiendo pastelitos, el viento que soplaba—, en un esfuerzo por mostrar a sus lectores la inesperada belleza de lo cotidiano, lo que dio en llamar «lo infraordinario»: qué pasa cuando nada pasa.
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Cual es el nombre completo de Dumbeldore?