El suspense, el absurdo y el terror nutren una trama que se desarrolla con el mismo dinamismo con el que en El Todo proliferan las aplicaciones y se absorben pequeñas empresas. Pero la novela de Eggers no se agota en la comicidad y las fórmulas de la literatura de entretenimiento. Por el contrario, el escritor estadounidense despliega una pertinente reflexión acerca de las derivas del capitalismo y de nuestra especie bajo el liderazgo de las corporaciones de Silicon Valley. A la luz de clásicos de la ficción distópica como George Orwell o Aldous Huxley, El Todo indaga en una sociedad que, en nombre de la seguridad, la ecología y la optimización de la vida privada y laboral, acepta la vigilancia total y reducir su experiencia a datos sin poner en cuestión mecanismos que suponen, por un lado, un modelo de consumo diseñado a imagen y semejanza de unos deseos creados, y por el otro, una peligrosa pérdida de libertad, autonomía y consciencia crítica. Mientras la subjetividad se combate a golpe de datos, dentro y fuera de las verjas que rodean al campus de la corporación los puntos de vista se empequeñecen, la experiencia se empobrece, los recuerdos van a parar a una inteligencia artificial y los individuos se asoman a un paulatino proceso de deshumanización. Escépticos de la tecnología, recelosos del poder de los monopolios y la cultura de la seguridad, el control y la vigilancia, los troglos son aquellas personas que viven al margen de El Todo, en un mundo donde la conexión a internet es esporádica y voluntaria, aún existe el pequeño comercio y las tiendas físicas, el servicio postal continúa siendo una vía de comunicación y los hogares no funcionan a base de inteligencia artificial. Las viejas casas de la costa o el centro de San Francisco, el lugar al que van a parar los excluidos sociales, son el último refugio para una comunidad en franco declive. |