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Crítica de Guille63


Guille63
12 March 2023
“Esta historia trata de gente bien o de aquellos que están obligados a simular que lo son.”

Llevaba mucho tiempo queriendo leer este libro, el primero que leo de Foster, y me alegré mucho cuando lo publicó Navona en sus ineludibles y nada más y nada menos que traducido por Eduardo Mendoza. Será por eso que me ha defraudado tanto o será porque gustándome el tono, la novela tiene ese estilo de comedia inglesa tan atractiva, siendo una lectura divertida e interesante, algunas cosas me han cabreado e indispuesto contra el autor de manera insalvable. Vayamos por partes.

Principios del siglo pasado, un momento de grandes cambios sociales y económicos. En este contexto, Forster enfrenta aquí a dos familias, dos formas de entender la vida. Por un lado, los Wilcox, enriquecidos en el comercio con las colonias africanas, amantes del dinero y de hacer cada vez más dinero, indiferentes a las artes, individualistas, machistas, clasistas y carentes de conciencia social. Enfrente nos sitúa a los Schlegel, con la elegancia y el saber estar de las familias bien de toda la vida, rentistas que viven modestamente sin trabajar, sensibles a la belleza, amantes de las artes y con ganas de ayudar a los más desfavorecidos, aunque sin saber muy bien cómo, lo cual es muchas veces peor que no hacer nada.

“La verdad es que existe una vida exterior con la que ni tú ni yo tenemos contacto y en la que cuentan los telegramas y la furia. En cambio las relaciones personales, a las que nosotras damos una importancia preeminente, no la tienen en ese mundo. Ahí, el amor equivale a compromiso matrimonial; la muerte, a funeral. Tengo ideas claras al respecto, pero mi duda estriba en sí esa vida exterior, que me parece a todas luces horribles, no será la vida real. Tiene, ¿cómo te diría?, tiene entidad, carácter… Y si, a la larga, las relaciones personales no conducirán a una especie de ñoñez sentimental.”

En medio de ambas familias hay dos campos de batalla. Por un lado, Leonard Bast, trabajador con pretensiones intelectuales y sociales, pero con graves problemas económicos para satisfacerlas, casado con Jacky Bast, una mujer de oscuro pasado de la que se siente responsable, aunque en realidad la sufre como una carga. Por el otro, Howards End, la casa de campo que parece simbolizar una Inglaterra en grave peligro de extinción.

“Para ellos, Howards End era una casa. No podían saber que para ella había sido un espíritu para el que anhelaba un heredero espiritual... ¿Es posible legar las posesiones del espíritu? ¿Tiene descendencia el alma? ¿Puede transmitirse la pasión por un olmo, una parra, una gavilla de trigo cubierta de rocío, cuando no existen lazos de sangre?”

El futuro de esta casa es una de las cuestiones que aquí se dirimen. Y no es que esté en contra de quién es el que sale victorioso en esta batalla, es algo lamentable, la vida suele serlo, y seguramente el autor tiene razón. Tampoco puede decirse nada de lo desolado que queda el otro campo de batalla, todos sabemos que casi siempre pierden los mismos, aunque ¿de verdad era necesario, E.M. Forster, el papel que juega aquí una estantería de libros? Mi problema viene con la fuerte y desagradable impresión de que el autor cree que todo acaba como debe o que cada uno recibe lo que en el fondo merece. Y no es menor mi problema con la última cuestión: ¿el papelón que juegan aquí las mujeres? Aquí el abismo es igualmente insuperable, aquí no he entendido nada de nada.

Por lo demás la novela es espléndida, o podría haberlo sido, con ese humor inglés que tan bien define ciertas situaciones (“resultó ser uno de esos bigotes que siempre se meten en las tazas de té, que dan más molestias de lo que valen y que no están ni siquiera de moda”), sus diálogos son fantásticos, está llena de esas verdades incómodas a las que tan aficionado soy (“el abismo más profundo no es la falta de amor, sino la falta de dinero”), ejemplifica de forma admirable lo poco libres que en realidad somos, si es que lo somos de alguna manera, lo que nos influye la posición social y económica en nuestras ideas, relaciones y comportamientos, e incluso como algo tan banal como la apariencia física es capaz de influir en nuestro carácter, y, para finalizar, está sembrada de reflexiones muy sugerentes.

“La vida real está llena de pistas falsas y de señales que no conducen a ninguna parte. Nos fortalecemos, con infinito esfuerzo, para afrontar una crisis que no se produce jamás. La trayectoria más triunfal encubre un despilfarro de energías que podrían haber movido montañas; la vida más infructuosa no es la del individuo que se ha visto sorprendido sin estar preparado, sino la del que se ha preparado y no ha sido nunca sorprendido.”

Todo muy bien, pero ¿y Margaret? ¿Cómo interpretar su papel, sus decisiones?

Lo siento, no es suficiente que el autor nos alerte con aquello de que "En todo el mundo los hombres y las mujeres se preocupan porque no pueden actuar como se supone que deben hacerlo". Tampoco es presentable su sentencia de “El amor es el mejor plan”. Aunque tenga toda la razón del mundo hay que ser consciente de que ese plan no es nunca intencionado, no es nunca decisión nuestra. Y por favor, ¿”Simplemente conecta”? ¿De verdad cree que conectar es simple? ¿De verdad cree que se puede conectar a pesar de cualquier cosa?

No señor, no puedo quedarme tranquilo con tan poco, no consigo comprender lo que el autor hace con Margaret. ¿Alguien por aquí lo entiende? ¿Alguna mujer? de hecho, me habría encantado haber leído la novela con una mujer al lado y que esta me hubiera ido comentando lo que iba sintiendo acerca de algunos hechos y elucubraciones que el autor hace sobre ellas, como en este párrafo que destaco. Lean, no tiene desperdicio.

“Henry podía ser como quisiera, porque le quería, y algún día utilizaría el amor para hacer de él un hombre mejor. La piedad anidaba en el fondo de sus acciones a lo largo de toda la crisis. La piedad, si se me permite generalizar, anida en el fondo de todas las mujeres. Cuando un hombre nos aprecia, nos aprecia por nuestras buenas cualidades y por profundo que sea su aprecio, cuando nos hacemos indignos de él, nos abandona inexorablemente. Por el contrario, la indignidad estimula a las mujeres. Hace emerger lo más hondo que hay en ellas, para bien o para mal.”

Desde luego, con desenlaces como los de esta novela uno entiende un poco más a Annie Wilks, la perturbada protagonista de Misery, la novela de Stephen King.
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