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Crítica de Guille63


Guille63
10 March 2023
“Mi obra entera va a estallar dentro de mi cuerpo, cada fragmento de mi anatomía cobrará vida propia, ajena a la mía, no existirá Humberto, no existirán más que estos monstruos, el tirano que me encerró en la Rinconada para que lo invente, el color miel de Inés, la muerte de la Brígida, el embarazo histérico de la Iris Mateluna, la beata que jamás llegó a ser beata, el padre de Humberto Peñaloza señalando a don Jerónimo vestido para ir al Club Hípico, y su mano benigna, bondadosa, madre Benita, que no suelta ni soltará la mía...”

Donoso tardó 10 años en escribir este libro. Durante todo ese tiempo acumuló infinidad de material que se le resistía, al que no conseguía darle cuerpo. Viéndose incapaz de escribir la novela llegó incluso a pensar en quemarlo todo. No fue hasta después de una operación en la que le administraron morfina, a la que era alérgico, y por la que tuvo «un increíble acceso de locura, con alucinaciones, paranoia y, sobre todo, un terror más ancho que la vida» que encontró las claves para dar forma a la novela y escribirla de principio a fin en solo ocho meses.

Este obsceno pájaro es, pues, la narración de un delirio y, por tanto, una novela confusa, extraña, contradictoria, en cierto modo difícil, pero maravillosa y única. Es un exorcismo que el autor se autoimpone contra sus propios demonios, esa clase alta, gobernante, poderosa, inalcanzable, y su reverso, los sirvientes, con su mirada envidiosa, siempre necesaria para la felicidad de aquellos pero con la fuerza de los miserables, el odio de los testigos, representados en las viejas criadas encerradas en la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba que, como el propio autor afirma “encarnaban todo lo que yo detestaba en mi país, lo retrógrado, lo reaccionario”. Es también el retrato de la derrota en la lucha por una identidad imposible, por ser alguien, por elevarse en la jerarquía social, por poseer un rostro propio. Y, por último, es la búsqueda de una forma literaria que pudiera dar encaje a todo ello.

“Humberto no tenía la vocación de la sencillez. Sentía necesidad de retorcer lo normal, una especie de compulsión por vengarse y destruir y fue tanto lo que complicó y deformó su proyecto inicial que es como si él mismo se hubiera perdido para siempre en el laberinto que iba inventando lleno de oscuridad y terrores con más consistencia que él mismo y que sus demás personajes, siempre gaseosos, fluctuantes, jamás un ser humano, siempre disfraces, actores, maquillajes que se disolvían... sí, eran más importantes sus obsesiones y sus odios que la realidad que le era necesario negar.”

La novela se maneja con reglas propias, no se atiene a lógicas temporales o espaciales, ni rinde pleitesía a la verosimilitud o a la coherencia. La novela es un universo tan cerrado en sí mismo como lo son las dos casas que centran la historia, la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba y la Rinconada, casas construida para encerrar y ocultar, dónde unos y otros se refugian de los peligros del mundo exterior para anhelar la salvación que ese mundo exterior les podría ofrecer. No existe una realidad, la polifonía de narradores nos impone el desconcierto de no saber qué es o no verdad, qué es fruto del desvarío, qué de la imaginación o producto de las leyendas que se imponen a la percepción, qué pasó o no, quién existe o no.

“Todo ese mundo bulléndole adentro de la cabeza hasta tal punto que expulsaba todo lo demás: gran parte del tiempo, le confesó a don Jerónimo que no pudo dejar de admirar al artista, no sabía cuál era la realidad, la de adentro o la de afuera, si había inventado lo que pensaba o lo que pensaba había inventado lo que sus ojos veían.”

En esta ambigüedad nos sumerge Peñaloza, la voz principal en este coro de voces, con su discurso caótico e inconexo, secretario de Don Jerónimo y enamorado en secreto de su mujer Doña Inés, organizador de la vida en La Rinconada, donde se le construye una realidad paralela al monstruoso hijo que aquellos engendraron en una noche prodigiosa, el mudito de la Casa de la Chimba, “vieja, guagua, idiota, fluctuante mancha de humedad en la pared”, gigante con cabeza de cartón, hijo de la Iris, de Inés, de la Peta, hasta Jerónimo llegó a ser una noche de trifulca, y que terminará hermanando su existencia con el imbunche, ser mitológico que tiene obstruidos todos los orificios del cuerpo, y que significará su derrota total en una paz solipsista.

“…cuando Jerónimo entreabrió por fin las cortinas de la cuna para contemplar al vástago tan esperado, quiso matarlo ahí mismo: ese repugnante cuerpo sarmentoso retorciéndose sobre su joroba, ese rostro abierto en un surco brutal donde labios, paladar y nariz desnudaban la obscenidad de huesos y tejidos en una incoherencia de rasgos rojizos... era la confusión, el desorden, una forma distinta pero peor de la muerte.”
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