Litio

A mí me inquieta el futuro, el tiempo, y, sobre todo, si hay alguna forma de saber lo que tengo que hacer. No sé qué soy. Intento ubicar en mis juegos infantiles el destello de una profesión, [...]. Me falta el soplo que une el deseo con la acción, creo que se llama voluntad.

[...] porque ¿cuántas veces decimos estoy bien cuando alguien nos pregunta cómo estamos y en realidad somos pura fisura?

Fumo para matar los tiempos que no entiendo cómo usar: el cigarrillo me produce el mismo displacer de siempre. El humo se pega al paladar y, de inmediato, la falta. Llenarse de humo es llenarse de una contradicción, una sustancia insustancial. Matarse lentamente, como hacen los cobardes.

Se me va el tiempo en pensar en resolver más que en estar resolviendo, intento armar un cronograma y, una vez que lo logro, resulta imposible de cumplir. Parte del problema es el compromiso con la realidad: soy en los extremos, llegar a todo o no hacer nada en absoluto.

Salir del limbo, destrabar. Mi mamá me decía que la vida a veces se desanudaba de golpe, que ella estaba perdida, o enroscada, y que un día desanudó todo de golpe. Lo que nunca entendí bien de la metáfora del nudo es por qué estaría bien desanudarse. ¿No te da una sensación de caída?

No es que quiera lastimarme verdaderamente, fue solo la velocidad de mi imaginación, pero esa imaginación me hizo dudar. Es ciertamente fascinante lo que trasluce, pero yo jamás podría entregarme de ese modo a una herida, por más tentadora que sea la idea de que alguien luche contra todo para salvarme a mí.

Son increíbles las cosas que uno sabe con certeza en el borde de la urgencia: una templanza particular enlazada con la desesperación.

Mi mamá decía que en el espejo de casa nos vemos siempre mejor, que hay espejos que tenemos domesticados. Los demás son salvajes, indomables. Espejos que nos devuelven bestialidad.