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"Condenan lo que no entienden", afirmaba el escritor hispanorromano Quintiliano muchísimo tiempo antes de que Osamu Dazai construyera al protagonista de esta pequeña novela, un ser atormentado por no entender el mundo, la sociedad humana, siendo él mismo el que se condena por no vivir de acuerdo a lo establecido, al margen de las personas por las que siente un inmenso temor. Yozo, un estudiante nacido y criado en provincias cuenta en sus cuadernos su disoluta vida en Tokio, tras una infancia triste y una adolescencia alejada de su familia, donde malvive de las mujeres, de sus historietas que no son más que copias, de lo que sus hermanos le envían y de la caridad. Porque Yozo teme a los seres humanos, pero si puede vive de ellos. Se permite juicios de valor sobre todos aquellos que forman, de manera servil según él, parte de esa sociedad hipócrita, inhumana e injusta, para terminar enganchado a todos tipo de adicciones: mujeres, desidia, alcohol, morfina. En realidad es un pobre hombre, una pobre persona incapacitada para vivir con los demás, aún mucho peor, para vivir consigo mismo. No admite elogios, pero tampoco admite la verdad. Y las adicciones acaban en locura. Osamu Dazai ha utilizado en esta novela (a día de hoy sigue siendo el mayor éxito de ventas en Japón) episodios de una vida llena de escándalos (cuatro intentos de suicidio, arrestado por pertenecer al Partido Comunista prohibido entonces en su país, internado en una institución psiquiátrica...) y a la que puso fin con tan solo treinta y nueve años. De familia bien, con todas las necesidades cubiertas y una prometedora carrera por delante, carecía de la atención y el cariño de sus padres. Quizá ese fuera el motivo de tanto miedo, incomprensión y rebeldía. Buscaba afecto, al no encontrarlo ni dentro ni fuera de él, la vida dejaba de tener sentido. Yozo y Osamu, son la misma persona, una persona indigna de ser humana. |
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