Todo era más o menos así. Aquellos chicos habían vivido bajo la protección excesiva de sus padres y ahora, en la universidad, se soltaban la melena. No era una libertad real, desfiles faltaban los mecanismos necesarios para afrontar la vida, y se hacía una que el hambre incierta de forma instantánea con caprichos tecnológicos, alcohol, drogas o sexo rápido. La mayoría se consideraban especiales, como príncipes y princesas, pero tú te dabas cuenta que aquel comportamiento era la evolución de cualquier pequeño tirano educado por unos padres con sentimiento de culpa por no pasar suficiente tiempo en casa y que intentan compensarlo a base de regalos y psicólogos de la mutua.