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Crítica de Guille63


Guille63
23 March 2023
No es nada nuevo eso de las crisis de pareja transcurridos entre cuatro y siete años, no por nada, desde que el mundo es mundo, en eso que denominamos amor entran en juego las mismas misteriosas sustancias de nombres tan curiosos como testosterona, serotonina, dopamina, oxitocina o vasopresina. Lo que no ha sido, afortunadamente, siempre igual es la forma en la que expresamos estas (o cualesquiera) emociones. Y en este caso debo decir que no puedo con la ampulosidad y empalagosidad de este exuberante sentimentalismo romántico que llena las páginas de la novela de D'Annunzio. Lo siento, me supera.

Y es una pena, porque D'Annunzio escribe bien y estoy seguro de que será del agrado de muchos lectores, pero ese modo almibarado de expresarse, da igual que relate los remordimientos del desesperado Tullio o que exprese su exaltación amorosa o sus insufribles tormentos -nunca está sereno este hombre exagerado que pasa de la desdicha más desgarradora a la felicidad más embriagadora en menos que se presigna un cura loco- me impide conectar con un texto que, tratado de otra forma, bien podría haber llegado a ser el retrato de un nuevo Raskólnikov en una novela, por otra parte, muy Dostoyevskiana.

Para terminar, tres comentarios un poco al margen. Me chocó muchísimo la incontable utilización de la palabra orgasmo en situaciones que no son propias de esa palabra o en las que, al menos yo, no utilizaría nunca. Me extrañó que la traductora utilizara una nota a pie para aclarar situaciones de la trama. Y, por último, me sorprendió muchísimo esta estupidez:

“Por dicha ley (la influencia de la herencia) un hijo en ocasiones no se parece ni a su padre ni a su madre, sino al hombre que ha tenido con la madre un contacto anterior a la fecundación. Una mujer casada en segundas nupcias, tres años después de la muerte de su primer marido, concibe hijos que tienen todos los rasgos del marido difunto y no se parecen en nada a aquel que los ha procreado.”

Supongo que es una teoría que se inventó algún cuñado avispado de alguna viuda desconsolada.

Para compensar (un poquito) esta tontería, un párrafo que sí me gustó mucho (no fue el único pero tampoco abundaron):

“¿Quiénes somos? ¿Qué sabemos? ¿Qué queremos? Jamás nadie ha obtenido aquello que ha amado; jamás nadie obtendrá aquello que amará. Buscamos la bondad, la virtud, el entusiasmo, la pasión que colmará nuestras almas, la fe que calmará nuestras inquietudes, la idea que defenderemos con todo nuestro arrojo, la obra a la cual nos consagraremos, la causa por la cual daríamos la vida. Y el final de todos nuestros esfuerzos es simplemente un vacuo cansancio, el sentimiento de la fuerza que se disipa y del tiempo que se derrocha…Y la vida, me parecía en aquella hora, una visión lejana, confusa y vagamente monstruosa. La demencia, la estupidez, la pobreza, la ceguera, todas las enfermedades, todas las desgracias; la oscura agitación continua de fuerzas inconscientes, atávicas y bestiales en lo más íntimo de nuestra esencia; las más altas manifestaciones del espíritu, inestables, fugaces, siempre subordinadas a un estado físico, ligadas a las funciones de un órgano; las transfiguraciones espontáneas surgidas por una causa imperceptible, de la nada; la parte inevitable de egoísmo que existe incluso en los más nobles actos; la inutilidad, la futilidad de los amores supuestamente eternos, la fragilidad de las virtudes supuestamente inquebrantables, la debilidad de las más sanas voluntades, todas las vergüenzas, todas las miserias se me aparecieron en aquella hora. ¿Cómo se puede vivir? ¿Cómo se puede amar?”
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