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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 November 2017
"Me llamo Kaoru Nakamura, tengo veintiocho años y durante cinco fui hikikomori, un anacoreta en mi propia casa"

Estas son las palabras que nos adelanta Kaoru Nakamura, el protagonista principal de El jardín de Sonoko, y con las que nos introduce en ese universo suyo, personalísimo y perfecto, que se ha creado durante los últimos años de su vida.

Mirándolo desde la perspectiva de una persona más o menos social, ser un hikikomori no debe ser fácil. Uno puede pensar a grosso modo: ¿cómo puede llenar Kaoru Nakamura todos los momentos de su día a día, aislándolos de las simples realidades, para que su cotidianidad no llegue enloquecerlo?

Así, conforme conocemos a Kaoru, vemos que posee una serie de cualidades que emanan de él, ya sea de manera natural o porque las trabaja consciente o inconscientemente a través de sus rutinas diarias. Percibimos en cada uno de esos movimientos su sensibilidad exquisita, practicada y perfeccionada cada día con meticulosidad, constancia y paciencia, con el único objetivo de soterrar su dolor bajo la máscara de una apariencia de realidad. Todo ello queda protegido bajo una pátina fría de indiferencia y desapego emocional, resultado de doblegar durante demasiados años todos sus sentimientos y emociones, siempre por medio de la férrea e inflexible disciplina.

En El jardín de Sonoko, David Crespo construye una casi imposible historia fabulada, donde la casualidad es engendrada por todas las causas que atañen a Kaoru Nakamura. La parte fabulada es introducida por medio de sus recuerdos y de los relatos infantiles que Kaoru escuchaba de su madre. Para no desvelar demasiado, comentaré que esos relatos nos enseñan que nadie es ajeno a su destino: según ellos, lo del libre albedrío está por ver... o, más bien, por negociar.

La novela está narrada en dos tiempos. al principio, cuando nos metemos en la mente de nuestro protagonista, participamos de lleno en todas sus rutinas, descubriendo así su paciencia infinita y, sobre todo, su gran poder de observación y del detalle. Algunas cosas o hechos, que a la mayoría podría parecerles indiferentes por no merecer la mínima atención, suponen los momentos mágicos que llenan los días y la vida de nuestro protagonista.

Esos pequeños detalles, sumándolos, construyen su aparente realidad: una vida que ha cimentado sobre metas invisibles, ordinarias y cotidianas que, por un lado lo atrapan, y por otro lo envuelven en su círculo de seguridad. A pesar de toda esa claustrofobia diaria que suponen sus diversas manías y fobias, percibes que Kaoru Nakamura es un ser único cuya sensibilidad llena su tortuosa alma, y la única solución que encuentra para superar ese dolor es abstraerse y aislarse del mundo.

Cinco minutos de retraso en sus hábitos cambia la realidad de Kaoru, y este mínimo desajuste activa y tensa los frágiles hilos de su destino. A partir de ese momento la historia gira vertiginosamente hacia un laberinto infinito, donde solamente esos mismos hilos del destino le mantienen cuerdo, pues todas sus rutinas se desajustan fracturando esa realidad aparente.

En esta segunda parte, David Crespo acelera e intensifica la historia engrasando los engranajes que mueven y motivan a Kaoru. En principio, a él le parecen unos desajustes con terribles consecuencias pero, como la esperanza es lo último que se pierde, veremos que todo tiene un por qué y un para qué, sustentando toda la trama con estas preguntas y sus respectivas respuestas, pues en ella la intriga y el arte se retroalimentan mutuamente.

Así, solo cuando el protagonista reúna todo su valor, podrá emerger y conocer su verdadera realidad, no la sucedánea que se ha construido en los últimos años, revelándose entonces las más increíbles e inverosímiles causas y casualidades que se han entretejido en su vida e historia.

El autor posee una narrativa exquísita y culta, pues cada palabra que escribe posee un significado claro y único. Por decirlo de algún modo, la meticulosidad en su lenguaje, su riqueza, lejos de parecerme un relleno superfluo de frases y parrafos, me ha conectado con el personaje y su historia.

En definitiva, he disfrutado muchísimo de El jardín de Sonoko y de toda su sensibilidad artística y natural. La cultura japonesa es una de mis pasiones, y considero que ha sido muy bien retratada en cada una de las palabra de David Crespo.

La edición rústica con solapas de SUMA es preciosa y singular. La ilustración de la cubierta, de Elena Pancorbo, es maravillosa y muy acertada, pues transmite toda la sensibilidad y delicadeza de la novela.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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