Cada vez amo más releer (y más aún con mis grupos de #addictxslcs que graciosamente me dejan coordinar), reencontrarme con mis clásicos personales, echarles el aliento, sacarles brillo y sentir su pátina dorada, o de latón. Ya no soy el mismo (nunca somos), el que leía entusiasmado y comentaba enfebrecido en aquellos puestos de coñac y Nueva Trop(V)a Cubana, mas estas andanzas de Horacio (hy la ¿hamada? Maga, hy no holvidemos ha Rocamadour, ¡hay!) mantienen su esplendor. Farfullemos glíglico, cabalguemos un tablón con clavos y mate, soñemos un kibutz del deseo, leamos a Galdós son dejar de pensar en ella y demos vueltas y revueltas por el laberinto de la insatisfacción y del no compromiso, de las idas y venidas de un don nadie letraherido que va hiriendo a los demás, buscando romper el hiato entre el yo y el anhelado nosotros, entre la puñetera realidad y el triste deseo, relatado con pericia en este experimento (des)estructurado, en la más brillante novela de este magistral cuentista. |