Estrella del desierto

Imaginaos que lleváis leyendo a un mismo escritor y a su personaje principal 19 años. Para mí Harry Bosch ya es de mi familia, ¡hemos envejecido juntos! Aunque él tenga casi 30 años más que yo.
Así que llega este libro y desde la página uno me encuentro enganchada a Bosch. Asombrándome una vez más por su capacidad de encontrar donde no hay, de su fuerte, fuertísimo sentido de la justicia, riñendo con lo que parece su primera y única pupila Reneé...
Pero la primera página me ha destrozado.
Vemos a un Bosch cansado, un Bosch asqueado de tanta injusticia, enfrentarse a su ballena blanca, a una más. Y tenemos a una Reneé con las ansias con las que él empezó, las prisas, la impaciencia y la misma perspicacia casi sin vergüenza (casi o nula).
De nuevo ese fino hilo que Connelly tiende hacia el lector, en el que parece que no ocurre gran cosa pero está pasando de todo y no puedes soltarlo, te fastidia soltarlo, porque ansias saber cuál será la próxima pista, la próxima pieza del puzzle.
Lo he disfrutado mucho, casi tanto cómo cuando lo descubrí hace 19 años, pero esa primera página... Auch, me ha dolido esa primera página, me ha llegado a la patata.