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Escuché hablar de El beso número 8 en el podcast de Tardeo, y me lo compré del tiron. Luego, antes de empezar, pensé que quizás me había precipitado, que quizás iba a ser una historia naif, vaya una chorrada para adolescentes. Adultocentrismo en estado puro. Pero menos mal que existen cosas como este comic para romper con estos prejuicios. Hay obras pensadas para niños y adolescentes que pueden ser geniales. Que ese sea su público objetivo no quiere decir nada de su calidad (en el cine lo tengo muy claro pero en la literatura se me olvida), incluso si es buena, será una obra aún más importante porque puede abrir mentes cuando se están formando. El Beso Número 8 es una de esas obras, genial e importante. Esta es una historia de crecimiento, de descubrimiento. Acompañamos a Amanda a dar sus primeros pasos en el mundo de los adultos. Un mundo donde las amistades se vuelven complejas y donde los adultos no son como parecían ser, e incluso nosotres mismes empezamos a sentir cosas que no entendemos. Un mundo dónde hay secretos y mentiras, puertas entreabiertas y muchos, muchos armarios cerrados. Amanda es una adolescente en 2004. La acompañamos en su rutina de instituto, quedadas, misa messenger y sms, mientras se descubre y se encuentra a sí misma. Vemos esos meses en los que un día entras "en un cuarto en el que has estado un millón de veces y de repente te parece completamente diferente". Un dibujo dulce y certero nos muestra un gran número de personajes, completos y complejos que nos muestran (a Amanda y a los lectores) que el mundo es diverso, y que la invisibilidad nunca es un buen superpoder. Acabo esta historia con el corazón calentito y los ojos aguados, echando de menos a Amanda, y quedándome con ganas de haber seguido acompañando a Amanda por el resto de sus besos. |
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