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Crítica de Guille63


Guille63
23 June 2023
“Ser buena persona ya no basta… la época pide heroísmo.”

Años del apartheid en Sudáfrica, concretamente durante la dura represión de los disturbios raciales que se produjeron en 1986. La anciana señora Curren, sola y enferma de cáncer, va a ver toda su vida puesta patas arriba.

“¡Qué feos nos estamos volviendo, por culpa de ser incapaces de pensar bien de nosotros mismos!”

El mismo día que recibe la noticia de su cáncer, la señora Curren empieza a escribir, a modo de testamento, una larga carta a su hija ausente que esta recibirá a su muerte. La carta es la novela.

“La muerte es la única verdad que queda. La muerte es una idea que no puedo soportar.”

En la carta le cuenta, al mismo tiempo que reflexiona sobre sí misma, sus problemas con la vejez, con su mortal y dolorosa enfermedad…

“Todos los días lo intento de nuevo, con una esperanza parpadeando en mi corazón que en este único caso, en mi caso, puede haber sido una equivocación. Y todos los días me detengo delante de la misma pared vacía: muerte, olvido. El doctor Syfret en su consulta: «Tenemos que afrontar la verdad». En otras palabras: tenemos que mirar la pared. Pero él no: yo.”

… el consuelo que es pensar en ella, aunque esté lejos. le escribe sobre la situación del país, esa situación por la que ella huyó a Norteamérica, esa situación que parece no tener futuro.

“Lo que me da miedo son las pandillas de merodeadores, los chavales de modales hoscos, ávidos como tiburones, sobre los cuales ya empiezan a ceñirse las primeras sombras de la cárcel…Y al otro lado... sus primos blancos también con un alma atrofiada, cada vez más envueltos en sus capullos somníferos… Vidas transcurridas en el interior de jardines amurallados guardados por bulldogs.”

También le cuenta que ha conocido al amigo del hijo de su asistenta, uno de esos chavales de modales oscos, un chico de hierro propio de esta edad de hierro, “una época de normas que se aplican de forma inapelable, sin tiempo para pensar en excepciones, para la compasión”… uno de esos nuevos puritanos, que defienden la norma caiga quien caiga.

“Me dijiste que admirabas a la generación de tu hijo porque no tienen miedo de nada. Ten cuidado: puede que empiecen por no preocuparse de sus propias vidas y terminen por no importarles la de los demás.”

Y sobre todo le habla de Vercueil, un sintecho que encontró tumbado junto a un perro en su patio, medio borracho, oliendo mal, estorbando el paso, un indigente al que “ya no le importa nada y no le importa a nadie”, que no pide ayuda ni agradece la que le dan.

“No quiero morir en el estado en que me encuentro, en un estado de fealdad. Quiero que me salven. ¿Cómo puedo salvarme? Haciendo lo que no quiero hacer… tengo que querer, en primer lugar, a quien no se pueda querer…pero no puedo encontrar el deseo de amarlo, de querer amarlo, de querer querer amarlo.”

La carta y la novela será el desarrollo del proceso de la señora Curren de aceptación incondicional del otro, del diferente, del que se mueve al margen de las leyes y costumbres establecidas. Un proceso que correrá paralelo al descubrimiento de la situación en la que se encuentra su país…

“He pensado en los ojos abiertos del chico. He pensado: ¿qué fue lo último que vio en este mundo? He pensado: esto es lo peor que he visto en la vida. Y he pensado: ahora tengo los ojos abiertos y nunca más podré cerrarlos…¿Una muñeca? ¿La vida de una muñeca? ¿Es eso lo que he vivido?”

Un despertar que irá cambiando también la actitud hacia su hija, que irá cambiando el tono de la carta proyectando en ella la rabia que siente ante su muerte: “Te acuso de haberme abandonado”. Un abandono paralelo al que hizo a su país, al que hicieron tantos que no tuvieron la valentía y la capacidad de sacrificio de luchar por sus gentes en circunstancias tan desalmadas.

“Es a través de mis ojos que ves. La voz que habla en tu mente es la mía. Solamente a través de mí puedes estar en estas llanuras desoladas, oler el humo en el aire, ver los cuerpos de los muertos, oír el llanto, estremecerte bajo la lluvia. Son mis pensamientos los que tú tienes, es mi desesperación la que sientes…”

Coetzee utiliza el cáncer como una metáfora individual, pero también como una metáfora colectiva que ha tomado muchas formas a lo largo de la historia de la humanidad, que nos sigue royendo por dentro hoy en día, puede que en la forma más virulenta de los últimos años. Por eso creo, como recoge la cita de Jordi Llovet en la contraportada del libro, que “La edad de hierro es una novela de una belleza rara, diría incluso que existe la extraña necesidad de esta novela”.

“Así es como empieza el cáncer: el cuerpo se vuelve maligno de tanto sentir asco de sí mismo y empieza a roerse a sí mismo"

A falta de una (necesaria) relectura de «Desgracia», y a pesar de que soy mucho menos optimista sobre las posibilidades del género humano que Coetzee, esta Edad de hierro pasa a ser mi novela preferida del autor.
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