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Crítica de Guille63


Guille63
29 March 2023
En mi comentario a Crónica de los Wapshot hablaba del talento narrativo de Cheever, capaz de hacer grande una novela algo irregular y descompensada, aquí doy fe de que el milagro no se repitió esta vez.

Los problemas que ya se apreciaban en su anterior novela se hacen aquí más evidentes sin que los aciertos consigan en esta ocasión levantar la novela. Siguen existiendo partes que constituyen magníficos relatos, otras que, sin llegar a tanto, tienen toda su fuerza y su genio (de ahí las tres estrellas), pero la sensación general es de batiburrillo, de una “escandalosa” falta de unidad (de ahí que solo hayan sido tres generosas estrellas).

No parece que el autor pasase por sus mejores momentos durante la redacción de la novela -el alcohol, su matrimonio, recelos homosexuales-, quizás por ello da la impresión de estar poseído por una rabia que le empujaba a vomitar todos sus demonios sin importarle lo más mínimo cuestiones relacionadas con la estructura o la tensión narrativa. El propio autor, comentando sobre lo que supuso para él su escritura, llego a decir:

“Nunca llegué a sentir simpatía por el libro y para cuando escribí la última página, yo no estaba pasando por mi mejor momento. Quise quemar el libro. Me despertaba por las noches oyendo la voz de Hemingway… Yo nunca había oído la voz de Hemingway pero no tenía duda alguna de que se trataba de la suya, diciéndome una y otra vez: “Ésta no es más que la pequeña agonía. La gran agonía llegará más adelante.”

Una rabia que le lleva a arremeter sin matizaciones con un mundo en el que las mujeres se escapan con los encargados de los supermercados o se lían con los chicos que hacen los repartos o lloran porque se les queda frío el té y se quema la tostada o arrancan todos los botones de las camisas de sus maridos, en el que, ay Dios, te obligan a pagar impuestos, en el que todo el mundo anda preocupado por el cáncer y la homosexualidad, en el que jóvenes desaprensivos intentan engañar a solitarias mujeres maduras y mujeres descaradas explotan la lujuria de hombres adinerados, donde bandas secuestran aviones, donde unos gamberros pueden torturarte simplemente porque no les gusta tu geta.

Una lista de rechazos que se van acumulando uno tras otro tras el retrato de una Noche Buena nevada en el pueblecito de Saint Botolphs conformando un contraste un tanto descarado: la felicidad de las compras de navidad, los jóvenes patinando en el lago helado, el párroco dirigiendo el coro de villancicos de casa en casa donde son agasajados con una taza de té o una copita de licor. Bien es cierto que el párroco se emborracha a veces y que sigue soltero, lo que ofende a las mujeres en su amor propio, pero de qué forma tan maravillosa se transforman las caras de los componentes del coro apenas entonan las primeras notas. Bien es cierto que a veces se producen accidentes como la desaparición de aquel viejo que se calló al río cuando iba a desprenderse de la camada de gatitos que no podía mantener y al que tardaron varias semanas en echar de menos, pero qué felicidad la de las familias reunidas alrededor del árbol.

Aun así, hay momentos, algunos muy muy buenos, en los que la novela está a la altura del autor.
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