Búscame

Paul es un reconocido fotógrafo artístico, excéntrico, alto como un pino y algo torpón.
Endeudado como cualquier autónomo que se precie, no repara en gastos y, muy inteligente, acude a usureros para obtener algo de liquidez.

Nuestra joya, tras otro intento fallido por la lluvia de retratar una frutería, se encuentra un diario que, muy oportunamente, y gracias a las lágrimas del cielo, ha quedado inservible en sus primeras páginas.

Y digo bien, pues si la mañana hubiera sido soleada nos hubiéramos quedado sin trama.

Para empezar, esto ya lo escribió Antoine Laurain en La mujer de la libreta roja, que todo sea dicho, me aburrió como un hongo.

Pero Casamayor ha sabido rodear con muy buenos personajes a nuestro cotilla protagonista y las aristas de cada cual, salvan por los pelos una novela a la que lo que más le falta es ritmo y le sobran cuartillas a manos llenas.

Para averiguar quien es la dueña del divino tesoro lee unas hojillas, por encima, solo mirar, y así es como conocemos la vida de Gloria Graham y las personas que danzan a su alrededor.

La obra intercala pasado y presente con distintas fórmulas narrativas y también, momentos que se eternizan con otros más acertados siendo estos los que consiguen que mi lectura tenga cierto interés.

De prosa sencilla, pero inteligente y muy bien ejecutada, el actor peca de descripciones de fotos y cuadros de los que jamás oí hablar y que tampoco ha generado al dueño de mi boina el menor deseo de búsqueda de las obras referidas.

Pero cuidado. El texto ofrece tramas familiares de brumosos pasados y presentes, que como tales, siempre son inciertos, que son sin duda dignos de mención.

En resumen, he pasado algunos buenos ratos, reconozco la calidad del texto, pero nunca ha existido una conexión jupiteriana, y a ratos, entretenida, a otros no.

Agradecer a Masa crítica y a El acantilado el envío de este ejemplar, del que esperaba más.