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Crítica de Ferrer


Ferrer
10 June 2019
María José Caro León-Velarde (Lima, 1985) es una de las jóvenes promesas de la literatura peruana. Admiradora de El guardián entre el centeno y Carson McCullers, seguidora de Paz Soldán y Rodrigo Fresán y lectora de David Foster Wallace y John Fante, fue incluida en el listado de los 39 escritores de ficción menores de cuarenta años del Hay Festival 2017 con solo dos libros de cuentos (La primaria y ¿Qué tengo de malo?) y la novela Perro de ojos negros (Alfaguara).
La literatura ha sido inseparable de la formación del imaginario colectivo, de la diversidad de las formas que toman los sentimientos, de las visiones que los seres humanos tenemos de nosotros mismos y de los absurdos que nos rodean. El paso del tiempo y la perdurabilidad en las palabras, en la memoria de los otros, en los retratos, delimitan el espacio lector y ofrecen una mirada al mundo que nos rodea por medio de esas palabras. Por ello, en esta novela narrada en primer persona no vamos a encontrar ni tramas desaforadas (aunque la narración no es lineal), ni retóricas inextricables, ni abismos metafísicos, solo una descarnada cotidianeidad que muestra las incandescentes aristas de la realidad de una joven protagonista, repleta de insatisfacciones, desórdenes. Estamos ante la subjetivación de la realidad mediante una sensibilidad decantada por los lances menores de una vida derrotada, excedida, que convierte al lector en un destinatario de reflexiones emocionales.
Macarena (como la protagonista de la primaria) es el alter ego de la autora, introspectiva, de clase acomodada, enamorada del venezolano C que no le corresponde. El empleo de la ficción como un medio de comunicación ante la timidez, como la única manera de dejar de afrontar una realidad desagradable o complicada. Macarena choca contra la pared de la existencia mientras se da cuenta a marchas forzadas de que la vida va en serio, porque hay momentos en que piensa que aún es “la niña que baja las estrellas del techo para arrullarse a sí misma.”
El estilo
Para el escritor español Juan Benet, el estilo es como “un juguete que sirve para proporcionar la palabra que la voluntad busca”, como “el departamento de la razón encargado de buscar la palabra justa” y Caro consigue ofrecer su propia voz con escenas domésticas, que contribuyen a la identificación del lector, sobre todo del lector joven. La falta de determinación de la protagonista, el sufrimiento creciente, el miedo (personificado en ese inquietante e incansable perro de ojos negros que contrasta con su inofensiva mascota Patán) contribuyen a ello. Esa frustración propicia el crecimiento del personaje en la novela, anhelante de que alguien rompa con una piqueta el mar helado que hay en su interior. El dolor se lleva por delante la angustia, pero no la ansiedad, sostiene la protagonista. Ella tiene que capear un futuro laboral incierto, un mañana que es una incógnita, una insatisfecha necesidad de ser aceptada y no sentirse sola, porque es el destino el que pone trabas a la protagonista y el que azuza a ese perro de ojos negros. Para Caro, el infierno no son los otros, sino tu propio interior. En estos años de realismo repetitivo y narcisista, Caro debería asumir mayores riesgos narrativos más allá de entroncar con el “desdén y dolor precoz” que disfrutamos en Thomas Mann, aunque ya haya encontrado la veta del éxito.
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