Matrioskas

Somos seres incompletos y a la vez excesivamente complejos. Como una matrioska, albergamos en nuestro interior diferentes versiones de nosotros mismos y una cantidad exasperante de sentimientos. Nos componemos de capas y más capas que creemos que dejamos ver a nuestro antojo a los que nos rodean. No es cierto. Cuando la última de esas muñecas infinitas está invadida de odio, todo lo demás no tiene sentido. No dejaremos que nadie descubra más de una capa, no vaya a ser que le dé por investigar y acabe llegando al epicentro de nuestro más profundo dolor. El odio, si no puede materializarse en venganza, es un sentimiento solitario.
Marta Carnicero ha escrito un libro que se lee del tirón y con el corazón encogido. Un libro que deja claro cuál fue el papel de las mujeres en la guerra. Lo que quedó de ellas. Todo lo que, con independencia de quién ganara o perdiera el conflicto, se tiró por la borda allí. No solo vidas, amores, esperanzas. Se masacró en su totalidad la posibilidad de un futuro sin odio. Y los niños que nacieron allí, refugiados en un lugar que no era refugio para nadie, fueron condenados a vivir con la carga de su procedencia.
No hay justicia que pueda reparar eso.