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Crítica de Guille63


Guille63
07 July 2023
“Nunca he sabido dónde termina el poder que tiene un hombre sobre su mujer”

Comentaba la autora en una entrevista que contar acerca de la gente que a ella le interesaba tenía sus problemas, gente con escasas posibilidades de salir del hoyo en el que nació, gente trabajadora y pobre a la vez («Si vas a urgencias, vas a tardar años en pagar la factura»), que lucha cada día hasta el límite de sus fuerzas solo para mantener la cabeza fuera del agua, que bien pudieran ser «mis primas, mis sobrinas, mis vecinas. Algunas soy yo…», que escribir sobre la vida de estas personas, decía, tenía claros inconvenientes para un escritor: «la gente de clase media-alta no quiere leer sobre los problemas de las clases inferiores… gente a quien en la vida real desprecian. En los Estados Unidos alguna gente sostiene que los pobres lo son por una deficiencia moral… la gente de clase trabajadora acostumbra a leer narrativa escapista, novelas que no les restriegan por la cara sus problemas cotidianos».

“Antes estuvimos hablando de que sería genial que tu cabeza estuviera en el cuerpo de Pammy. Las dos juntas seríais la chica perfecta. Lo tomé como un cumplido.”

Tampoco es que abunde el lector que “disfrute” sufriendo con las vidas de estas gentes que no son héroes de la clase trabajadora precisamente, que eligen con mucha frecuencia el camino equivocado indiferentes al dolor que causan, o sabiéndolo, o con aquellos que pese a una vida llena de dificultades intentan mantener su dignidad a flote, portarse bien, elegir lo correcto, sin que la vida les regale un triste respiro.

“¿Recuerdas los viejos tiempos, cuando podía beber y fumar toda la noche, cuando podía alimentar a más niños que cualquier mujer sobre la tierra y amar a un hombre mejor que ninguna? Ahora me estoy muriendo en esta casa en la que nací, muriendo sin vino, sin tabaco, sin risas ni cantos.”

Claro que no todas las relaciones de las mujeres con los hombres, de las hijas con sus madres, de las madres con sus hijas, son como aquí se describen, pero estas existen y son el terreno en el que un escritor debe escarbar («No les debemos confort a nuestros lectores: les debemos verdad»), el de las heridas, el del dolor, como el de esas mujeres que intentaron alejarse de una madre cruel para terminar enfrentándose a una hija que era el vivo retrato de su abuela, mujeres que se esfuerzan todo lo que pueden y nunca es suficiente.

“…ella pensaba que quería arrojarse a sus pies y dar gracias al Señor por su marido. Por lo visto, aquella actitud era asfixiante… al apoyar todo lo que él hacía, estaba siendo opresiva… Cuando su marido se puso a hacer las maletas, dijo que haría cualquier cosa para lograr que se quedara en casa con ella y con los niños, y él respondió: «Ese es el problema».
Son estas historias durísimas sobre hijas que le quitan el novio a sus madres, madres que siguen al lado de hombres que enseñan a besar con lengua a sus hijas de once años, mujeres que se creen egoístas si intentan impedirlo…

“Dices que oíste mi voz desde arriba, mientras él hacía lo que hacía. Yo estaba esperando a que lo echaras, a que me lo enviaras de vuelta.”

… mujeres que, por conseguir un paquete de papel de plata, acaban violadas por una manada de hijosdeputa que se ríen mientras ellas después intentan alisarse la falda, mujeres que toda la vida se han tenido que bajar las mangas para esconder los moratones, que no han impedido que sus parejas azotaran a sus hijos cruelmente, que a pesar de todo piensan que un hombre apuesto, como un caballo apuesto, «siempre puede encontrar cabida en el establo de alguien, por muy mal que se comporte»…

“Me violaron detrás del Lamplightrer, pero tenía mejores cosas que hacer que amargarme por diez minutos de mi vida.”

… mujeres que no paran de encontrar excusas para lo que les hacen sus hombres, sus hijas, sus madres, para lo que ellas mismas hacen o no hicieron, mujeres que callan cuando un hombre las llama puta imbécil mientras les empuja la cara contra el frío capó de un coche, y también callan después, mujeres que no saben cómo proteger a sus hijas de los peligros que las acechan, hijas que están hartas de que sus madres las protejan.

“…las hijas de la abeja reina son obreras que atienden lealmente a su madre…si la reina vieja no pasa el relevo con elegancia, las mismas hijas que la alimentaron, acicalaron sus antenas y masajearon sus músculos doloridos de tanto parir, se amontonar a su alrededor para irradiar un calor insoportable que la mata.”

Entre tanto horror (mi preferido, aunque no es el más duro de la colección ni de lejos, es «El Mayor Espectáculo del Planeta, 1982: Lo que estaba», que me ha recordado a mi admirado Harry Crews) hay otros cuentos más amables, otros muy cortos que parecen pequeños poemas en prosa, perfectamente intercalados que dan un pequeño respiro, aunque no carezcan de sus terribles gotitas de violencia o desgracia. Hay hasta espacio para el humor, como en «Mi perro Roscoe» donde una mujer piensa con alegría que su ex, aquel que le transmitía las enfermedades venéreas que pillaba en sus aventuras, se había reencarnado en su perro o en «Mi dicha matrimonial», donde una mujer nos habla de sus múltiples matrimonios con los cereales del desayuno, con un cigarrillo, con un pájaro («el revoloteo incesante es motivo de divorcio») y hasta con un señor callado de caderas estrechas, o en «Desastres naturales» en el que una mujer celebra una fiesta de maternidad entre grandes alarmas de peligros inminentes para su futuro bebé, empezando por el peor de todos, la gravedad.

“Cuando estaba de parto de Luke, le rogué a la enfermera que me matara… le quité el bolígrafo e intenté apuñalarme en el pecho con él. Así que insistieron en ponerme la epidural… Últimamente he tenido un sueño reconfortante: un mundo sin aristas, un mundo de gomaespuma, bolas de algodón, aire cálido y humedad óptima…”

Ya la admiré tras leer «Desguace americano» , ahora mi admiración se ha multiplicado varias veces.
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