El agua del lago nunca es dulce

Rabia. Eso transmite Gaia en su relato. al principio casi no se nota, se camufla entre la resignación, el conformismo, el aguante, la vergüenza... pero poco a poco la ira va creciendo por dentro, y llega un momento en el que estalla. Porque son muchas cosas las que lleva aguantando desde que era niña, una vida de pobreza a las afueras de Roma, siempre diferente a los demás, siempre por detrás, con una familia rota que su madre se empeña en sacar a flote haciendo lo imposible, cargando en su hija la esperanza de un cambio. Y Gaia lo intenta, se esfuerza, a pesar de todo. ¿Y al final de qué le sirve? Nada es suficiente. Y la bola crece y crece en su interior. Y llega un momento en que hasta a ti te asfixia. Porque te lo cuenta a bocajarro, sincera y directa, cada vez más visceral. Es una bomba.

La historia de Gaia no es nueva. Tal vez ya la hayas escuchado, con otras voces, en otros lugares, puede que hasta te resulte familiar. Pero a la vez tiene algo personal y único. Con un ritmo que va de menos a más y que al final se vuelve frenético, como su propio mundo interior, siempre alrededor del lago. Ese lago de aguas que han ido cambiando de sabor, como símbolo y metáfora, ese lago que tanto ha visto, donde todo empieza y todo acaba.