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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
28 January 2020
Un fin de semana llegó a mis manos hace ya cosa de año y medio en forma de regalo de una amiga con un gusto lector impecable, pero como siempre pasa, mucho por leer y no todo el tiempo que a una le gustaría para dedicárselo a la lectura. Este año, por fin, voy a ir a por todas con los pendientes, y una de mis primeras lecturas de 2020 ha sido esta novela publicada inicialmente en 1994 pero que a España no llegó hasta 2018 editado por Libros del Asteroide, editorial de cuya mano ya podemos disfrutar de buena parte de la obra de Peter Cameron.

El fin de semana del libro es un fin de semana especial para los protagonistas de la novela. Tony murió hace justo un año en la casa de campo en la que tiene lugar la historia. Los propietarios de la casa son John (hermanastro de Tony) y su mujer, Marian. Lyle, pareja de Tony durante años, sigue lidiando con su duelo. Ha sido incapaz de pisar la casa de campo desde la muerte de Tony y este fin de semana de aniversario decide por fin volver a ella, pero no lo hace solo: pocas semanas atrás conoció a un joven aspirante a pintor, Robert, con el que ha iniciado una relación, y decide llevárselo a este reencuentro. Marian no acaba de entender ni aprobar que justo este fin de semana tan especial aparezca en la casa con otro hombre, y un fin de semana en principio tranquilo acaba cogiendo su propio rumbo al verse mancillado por la presencia de una persona ajena al duelo y conmemoración de la memoria del fallecido Tony.

La historia en sí misma puede parecer sencilla, y en realidad lo es en la forma porque el tema que aborda es tan cotidiano que contarlo de manera grandilocuente o excesivamente dramática no funcionaría y echaría a perder el grado de autenticidad que inunda cada una de las páginas. El fondo es otra cosa, porque de sobra sabemos que en las relaciones personales nada es sencillo, y una cosa es la superficie de lo que hacemos y decimos y otra muy distinta lo que ocultamos bajo esa superficie. Esa es la bruma que envuelve todo lo que ocurre en Un fin de semana, por mucho que la lectura parezca inundada de diálogos que no aportan nada o de escenas que no nos llevan a ninguna parte.

Si tuviera que ponerle nombre a los dos temas principales que engloba la narración, uno sería sin duda el duelo y las diferentes formas en que cada cual lo sufre y lo canaliza, y el otro sería la dinámica que se vive en un grupo (ya sea de amigos o familia, que en el caso de este libro está entremezclado) cuando una de esas personas desaparece del cuadro (en este caso por fallecimiento) y entra otra persona a ocupar su lugar, un intruso que tiene todas las de perder y mucho trabajo por delante si quiere ser aceptado, trabajo que estará dispuesto a hacer... o tal vez no.

El conflicto está presente desde su mismo inicio. Lyle decide aparecer con, Robert, su nuevo novio, y Marian quiere que su amigo siga adelante, que supere lo de Tony, que rehaga su vida... pero al mismo tiempo le parece una falta de respeto que se presente con él justo el fin de semana en que se cumple un año del fallecimiento, y lo paga con Robert. No a la cara, no hace nada concreto, ni siquiera nada consciente, pero Robert percibe esa hostilidad... una animosidad que en algún momento es algo que más que una percepción. Teniendo en cuenta que ya de por sí se siente fuera del grupo, de sus bromas, de ese mundo propio repleto de complicidad que suele rodear las conversaciones de personas que son uña y carne desde hace años, empieza a arrepentirse de estar allí. Su pareja, Lyle, tampoco se lo pone fácil. Es la primera vez que Lyle conecta con alguien desde que murió Tony, y lo está intentando, pero eso no quiere decir que haya superado su muerte. al lector pronto le resulta evidente que en esa relación sus dos miembros están en planos diferentes, que buscan cosas diferentes, y queda a la expectativa de si al final de la lectura los propios personajes habrán llegado a la misma conclusión o seguirán engañándose a sí mismos.

Por su parte, John, el marido de Marian, vive el mundo a su manera. Os decía antes que el libro hablaba de las diferentes maneras de vivir el duelo, de sufrirlo, y John es de los esculpidos en piedra por fuera que lo vive todo hacia dentro. Un personaje serio, moderado, paciente, solitario, introvertido... Cuando Tony falleció, John perdió a su hermano, un hermano que era todo lo opuesto a él, que se comía el mundo a bocados, pero al que adoraba. Se adoraban mutuamente. Y no expresa ese dolor, no lo manifiesta: se limita a trabajar agachado durante horas en su huerto, a levantarse para contruir muros sin sentido y volver a agacharse para trabajar la tierra. Así transcurren sus días, así se aísla del mundo, no necesita más. No es hostil ni maleducado, todo lo contrario, pero tampoco le hace falta nadie salvo su mujer y su hijo.

Un fin de semana transcurre entre conversaciones para ponerse al día, siestas para sobrellevar el calor, comidas animadas y sobremesas en las que se intenta simular que nada ha cambiado, que la tragedia no ha golpeado sus vidas... baños en el río, paseos por el bosque, momentos tranquilos sentados al sol, cenas con invitados sorpresa de los que no os he hablado porque el autor los usa para dinamitar esa calma impostada y que por ello ofrecen algunas de las mejores escenas del libro, y flashbacks, no demasiados, los justos y necesarios para que el lector reciba un destello de quién era Tony en realidad, de lo que significaba para cada una de las personas que protagonizan la historia, de lo que fue en vida para que entendamos el vacío que ha dejado en cada uno de ellos tras su muerte.

Y luego está lo que se dice y lo que no se dice, lo que se calla y lo que se transmite sin abrir la boca. El difícil equilibrio entre tener una opinión propia y no querer hacer daño, lo complicado que resulta aceptar a gente nueva cuando ocupa el lugar de alguien a quien amábamos porque eso significa aceptar de manera definitiva que esa persona ya no va a volver y que el mundo sigue girando... la revelación que supone creer que conoces a alguien y descubrir que no lo conoces en absoluto y que ni siquiera sabes qué quiere de ti. Lo que somos como personas individuales y lo que somos cuando formamos parte de un grupo, la amistad, la confianza, el dolor, la muerte, el duelo, la soledad, la sinceridad... Os lo decía arriba, parece una historia sencilla, está contada como una historia sencilla, pero la vida nunca es sencilla, y estas 250 páginas son una ventana a la vida de unas personas cualesquiera durante un fin de semana cualquiera lidiando con todos sus demonios mientras intentan aparentar que todo va bien.

La narración de Peter Cameron para mí ha supuesto una sorpresa muy positiva. Tiene un estilo cuidadoso, pulcro y franco, sin florituras ni aspavientos varios; simplemente nos invita a esta casa y nos presenta a sus ocupantes y su devenir durante dos días, y es lo único que necesita para atrapar al lector. Aquí no hay ningún misterio, ningún giro en la trama, y sin embargo el lector pasa las páginas con fruición intentando saber un poco más, averiguar un poco más, intuyendo que los conflictos no necesitan ser extraordinarios para hacer daño y que en los pequeños detalles será capaz de ver a través de tanta cortesía y tanta contención, de ver más allá de unos personajes que, por mucho que se esconden de sí mismos, no consiguen esconderse del lector.

Muy recomendable.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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