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Lejos de toda perspectiva utilitarista, el escritor Italo Calvino nos recuerda que los clásicos no se leen porque deban servir para algo; se leen tan solo por el gusto de leerlos, por el placer de viajar con ellos, animados únicamente por el deseo de conocer y conocernos. En este sentido, al decir también del escritor Pablo Armando Fernández, Cumbres Borrascosas de Emily Brontë (Editorial Arte y Literatura) –obra que entra en esta categoría por antonomasia–, se ubica entre los diez imprescindibles de la literatura universal de todos los tiempos. En mi opinión una elección que nunca defrauda. La narración es introducida por un joven Lockwood, sin embargo, pronto nos veremos guiados en la mayoría de los capítulos de la mano de la peculiar sirvienta Nelly, quien nos adentrará en los lúgubres parajes que ocupan la mansión de Cumbres Borrascosas y la Granja de Thrushcross (de los Tordos en algunas traducciones). Lo peor y más bajo del ser humano está volcado aquí a través de sus personajes. Es inexplicable cómo Emily consigue que los amemos a todos, pero no podamos abrazar a ninguno. Ellos son, sin lugar a duda, los que le dan sentido a la trama. El lector muchas veces se verá atrapado en el dolor, en la impotencia, la maldad y tristeza que destilan sus páginas. Cada capítulo supone un esfuerzo en el cual quedamos exhaustos. Logra ser insuperable por la atmósfera de cada una de sus escenas, además de un marcado y cuidado simbolismo. Pronto nos encontraremos con una historia de familias, plagada de añoranzas y delirios imaginativos, de rencores y resentimientos. Todo es tan hostil y vibrante que por instantes se diría que se puede sentir la niebla y el frío de los páramos, así como la desesperación y frustraciones de todo lo que habla y se mueve allí. Estaremos en presencia de una de las venganzas más despiadadas de la literatura. Si tuviera que resumirla: en esta novela todo se pudre como una fruta que no ha podido ver la luz. |
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