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Crítica de MaiteMateos


MaiteMateos
28 March 2023
Comúnmente catalogada dentro de la alta literatura como una obra menor, Kallocaína es en realidad una novela sumamente interesante, de compleja lectura, que plantea muchos interrogantes.
De hecho, es una de las grandes distopías pioneras, escrita en 1940 por la autora sueca Karin Boye, que había comenzado su andadura literaria en el mundo de la poesía, pero que progresivamente fue volcando en la prosa su inquietud ante el auge de las dictaduras, de las ideologías totalitarias de las primeras décadas del siglo XX, sobre todo tras visitar la Unión Sobiética de Stalin en 1928 y la Alemania nazi de Hitler en 1932 y 1938.
Kallocaína se publicó ocho años después de la aparición de “Un mundo feliz” de Huxley y nueve años antes de la publicación de 1984 de Orwell.
Narrada en primera persona a modo de confesión o de memorias, Kallocaína es una historia donde la trama se desarrolla básicamente en la mente de su protagonista, Leo Kall, el científico creador de un suero de la verdad que bautiza con su propio nombre, nombre que da título a la novela. Porque en Kallocaína se describe cómo, un estado policial, aspira al máximo control y manipulación de la sociedad que lo compone a través de ese suero de la verdad, que una vez inyectado, obliga a poner de manifiesto los pensamientos y emociones más ocultas.
Absolutamente todo, el trabajo, las actividades sociales y culturales, incluso las familias, están regulados por el Estado. Cualquier manifestación que ponga en duda el buen funcionamiento del mismo, es perseguida, lo que conduce a sus ciudadanos a la autorepresión, a la autocensura y a una hipócrita actitud neurótica de autocontrol de gestos y palabras que pudieran ser malinterpretadas, para adaptarse al discurso dominante y así no ser señalado. Ello hace que el comportamiento de todos los personajes de la novela se nos antoje antinatural, poco humano, casi robotizado, hasta que se les inyecta la Kallocaína y comienzan a aflorar sus verdaderos yoes.
Leo Kall, el protagonista, es un individuo totalmente sometido al sistema, autoconvencido de que las circunstancias que vive son las mejores que podría vivir, de que es mejor sacrificar la libertad para garantizar la supuesta seguridad material y económica de todos, hasta que empieza a dudar. Leo Kall se pasa todo el relato luchando contra el surgimiento gradual de su propia conciencia individual, en contraste con la de todos aquellos a los que inyecta su recién descubierto suero de la verdad.
Hay quien opina que tal vez el auténtico protagonista es Rissen, un personaje más subversivo y alentador.
Sea como sea, el hecho es que Kallocaína es una historia donde los acontecimientos son lo de menos, sin a penas ritmo, con un ambiente asfixiante que intenta reproducir el mundo gris que describe. Muchos son los que opinan que el final de la novela es excesivamente precipitado, que no encaja con el ritmo lento del resto de la narración. Cuando de hecho el final es lo de menos. Lo que importa es que es un libro que explora los conceptos de poder, de libertad y de verdad y que contrapone al Estado, que está muy lejos de ser el Bien Común, con la Conciencia Individual.

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