La hija del molinero

Una preciosa historia centrada en el romance y la magia.

De algún modo, esta novela me ha recordado a las novelas pastoriles tan propias del Renacimiento, porque contiene algunas características de este subgénero, como: "centrarse en los sentimientos y pasiones de los personajes y en la descripción de la naturaleza", o que "la descripción de detalles externos es abundante, rica y sensual, y el estilo verbal suele ser algo elevado", dando por descontado que la temática suele ser siempre amorosa.

La novela nos presenta un paisaje bucólico y mágico situado en una fraga de Galicia, las descripciones de la autora nos llevan casi a conocer cada rincón de este bosque como si estuviésemos allí mismo, haciendo que impliquemos todos los sentidos en nuestra lectura. Cerca del bosque, junto al camino, el viejo molino en el que viven nuestros protagonistas, y un poco más allá, Demoroi, pueblo de campesinos y gente sencilla.

La trama, sin demasiadas complicaciones, sirve de telón de fondo para el desarrollo del romance. Son los sentimientos de los protagonistas los que soportan el peso de la historia.

Silvana es una joven un tanto asilvestrada; hija del molinero de Demoroi, ha vivido siempre en la fraga, con la certeza de que en ella habitan ninfas, náyades y otras criaturas mágicas. El bosque no es solo el escenario de esta historia, es un personaje más que cobra vida en ciertos momentos de la novela. Para Silvana, además, es su refugio y su aliado. Su carácter alegre y desenfadado, y su belleza juvenil, atraen el cariño de los campesinos del pueblo, pero también despiertan el deseo, la lujuria y la obsesión del hijo del alcalde, un canalla de proporciones épicas. La joven no necesita nada fuera de su querido molino y del amor de su padre, con el que vive en este.

Ernesto Pedralva es un noble terrateniente que lo tiene todo, pero que se siente vacío e infeliz con su vida. Un desafortunado accidente lo conducirá al molino y a la hija del molinero. Allí, en medio de la pacífica vida en el bosque, aprenderá la verdadera esencia de la felicidad y le robarán el corazón.

Algo propio de las novelas pastoriles es la simplificación psicológica de los personajes, que he podido percibir también en esta historia. Silvana y Ernesto no evolucionan a nivel de carácter o personalidad (la historia no necesita tampoco que hagan esta evolución), solo a nivel de sentimientos. Asistimos al nacimiento de estos en ambos corazones y los vemos transformarse en pasión y en un amor profundo que es puesto, finalmente, por encima de todas las cosas. Es este desarrollo íntimo lo que dota a la historia de ternura y de un romanticismo que impregna cada página, porque la autora nos lo hace palpable en cada mirada, cada gesto y cada detalle del comportamiento de los protagonistas.

El lenguaje, minucioso, bien elegido, tiene una cualidad poética que se entreteje con la narrativa y que colabora en la creación de ese mundo místico y mágico que es la fraga. En ocasiones, quizá, hay un exceso de descripciones que hacen más lenta la lectura, pero que no desmerecen el exquisito manejo del lenguaje que tiene la pluma de la autora.

Una historia de la que he disfrutado, acompañando a Ernesto, a Silvana y a su fiel perra Dama, que también tiene un gran papel en la historia