Armand

Todavía están a tiempo de hacer, con el permiso de Jon Fosse, el gran descubrimiento del año. Un escritor, este Emmanuel Bove, del que Becket decía que era el mayor de los autores franceses desconocidos y que Vila-Matas llevó a la portada de una de sus más célebres novelas, «Doctor Pasavento». Por añadidura, tanto si leen este de «Armand» como si se decantan por «Mis amigos», su novela más conocida, no duden de que será uno de los mejores libros que lean ustedes en 2023.

“Yo miraba a los transeúntes. Era una de las distracciones de mi padre. Desde que murió, libre del temor de que me sorprendiera imitándolo, me dedico meticulosamente y sin gran afición a observar cómo va y viene la gente y a recrearme en el contraste de sus fisonomías"

Gracias a un venturoso golpe de fortuna, Armand ha conseguido el amor de Jeanne, una acaudalada mujer mayor que le proporcionará una vida despreocupada… siempre que cumpla unas reglas que ella misma supervisará concienzudamente.

“La holgura con la que llevaba viviendo más de doce meses había expulsado sin miramientos todas mis costumbres. Hablaba más. Me parecía que había dejado ya de tener razón en contra de los demás hombres. Los que se quejaban me parecía que eran unos amargados o que carecían de perspicacia debido a su pobreza”

El encuentro fortuito con una antigua amistad, Lucien, con el que compartió no hace mucho una vida de pobreza y necesidad, despierta en él algo así como el síndrome del impostor, una vergüenza por ocupar una posición que no le corresponde y que lo ha alejado del sitio al que siente pertenecer, el que representa Lucien, que, envidioso de la situación de Armand, aprovechará la primera ocasión que se le presente para intentar destruir su privilegiada situación.

"Sólo cuando estoy recién arreglado, y por unos pocos minutos, tengo la sensación de estar a gusto. En esos momentos tengo chispa al hablar. Me muevo con soltura. Soy otro hombre"

Este es el escueto argumento que Bove desarrolla minuciosamente con una escritura glacial, parca, que dota a los personajes de una frialdad de insecto, por lo medido de sus movimientos, por la desconfianza que los guía, …

“No me atreví a despegar los labios, ni a hacer ruido al respirar, ni siquiera a hacer un gesto, por temor a que, al creer que iba a hablar, un silencio la desilusionase demasiado”

… por las pocas palabras que cruzan entre ellos, como si la comunicación se realizara mediante el rozamiento de unas antenas invisibles.

“Por la forma de respirar, por las manos, por el rostro, e incluso por la ropa, intenté adivinar en qué estaba pensando… que estuviese ante mí sin que detalle alguno revelase su pensamiento me irritó”

Todo contribuye al extrañamiento que sentimos al leer a Bove, la sensibilidad exacerbada que exhiben sus personajes, …

“Abrí la puerta, sólo lo necesario para pasar, porque la oscuridad del rellano no la hiciera sentirse más desvalida”

… sus insólitos comentarios,…

“… el aire era tan límpido que veía acercarse a los insectos y me daba tiempo a cerrar los ojos”

… sus sorprendentes comportamientos, ...

“Estaba en medio de la habitación. Cuando no sé a qué dedicarme, me quedo siempre en medio de una habitación, para estar a la misma distancia de las ocupaciones que podrían venírseme a la cabeza”

… sus miedos, …

“No se había abrochado el cuello del camisón por temor a estrangularse durante el sueño”

… sus manías.

“Me di cuenta de que me había llevado dos pañuelos. Estuve a punto de tirar uno, de tanto como me desagrada llevar encima algo inútil.

En fin, Bove es capaz de construir un mundo que extrañamente se nos aparece tan ajeno como reconocible y poblado de personajes solitarios, inadaptados, que nos conmueven por sus miserias, por la incapacidad de dirigir sus vidas, por sus miradas diferentes e hipersensibles a un exterior que se les resiste.