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Hay libros que llegan a nuestras manos en el momento justo. Sea para abrirnos los ojos, para mimarnos el alma o, simple y llanamente, para recordarnos que no estamos solos, que tenemos en quien confiar, alguien en quien aferrarnos y que nos apoya. Nuestro protagonista, Lean, pierde a su mejor amigo antes del último año de la secundaria. En medio de ese vacío sorpresivo y devastador, éste debe hacerle frente al dolor, a sus sentimientos y al mundo. En ese transcurso, se encuentra con personajes que ampliaran su vista, ayudarán a crear nuevos sentimientos, momentos, aventuras y, lo mejor de todo, salir del pozo en el que entra. Nathan logró inmortalizar sentimientos desgarradores, poner la piel de gallina y emocionarnos hasta las lágrimas. Construyó una historia triste a la vez que dulce y, un personaje principal con las mismas exactas características. Aquí nos presenta una historia muy real, que le puede pasar a cualquiera y, es lo que más especial lo hace. Siento que no todos logran transmitir tan bien las emociones, en especial las malas, y aflorar las buenas instantes después. Algo que no me pasó desapercibido, son los detalles del inicio de cada capítulo en los márgenes. Empieza siendo una enredadera pequeñita y al final una enorme. Puede que represente el avance del libro, del tiempo en la historia o, mi preferida, la evolución de Lean en su proceso de duelo. Tuve la desgracia de vivir una situación similar a la suya, con más o menos un proceso parecido y, creo que por eso me lo tomo de una forma tan personal y tal vez nada objetiva, pero este libro me fascinó. Esta reseña se la dedico a todos los Mateos del mundo, en especial al mío que hace 6 años me cuida desde donde quiera que esté. Y también, a todos los Lean dispersos por ahí. Ojalá puedan seguir girando con el mundo ❤. Muchas gracias Nathan por escribir algo tan bello, por aflorar en mí una vorágine de sentimientos, y mil gracias a Ediciones Fey por reconocer en esta obra su verdadero potencial. |
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