Herencia

Hay linajes en la literatura que aun dejando verdaderas huellas de dolor y desarraigo, son bellos y entrañables. Y en Herencia encontramos uno de ellos.

Las historias de cada uno de los Lonsonier están marcadas por la originalidad, la valentía y un halo de misterio que hará de esta novela un texto vibrante, que eleva el ánimo y también la respiración.

La escritura de Miguel Bonnefoy ha creado una novela con, por qué no decirlo, muy buen gusto, una sutileza de terciopelo que no por ello deja de esconder la cotidiana terribilidad de las vidas que conducen hacia la muerte envueltas en tristeza y locura.

Con lejanos ecos de las genealogías mágicas y malditas de Gabriel García Márquez, recorrer cada uno de los capítulos dedicados a ver crecer la semilla de cada miembro de la familia, así como sus protuberancias y esquejes, se convierte en una delicada delicia incluso cuando el último trago suele ser amargo.

Lo que comenzó en Francia con un puñado de tierra en el bolsillo y continúo en Santiago de Chile con una nueva identidad, volverá a deshacer la ruta del exilio y sus extremos, y cien años después, de nuevo se encontrarán; porque el primer Lonsonier tiene mucho que ver con el último. Y es que esta estirpe será rechazada por el suelo que la vio nacer y en la aparente calma en la que se desarrollan los días, crecerán sus idiosincrasias y también sus esperanzas.

No esperéis páginas donde el ritmo de la forma sea trepidante, porque esta historia es como una carrera de fondo, cada paso y cada zancada son importantes. Toda llegada a meta resulta de algún modo insoportable, pero en esa tirantez de la tortura, lo etéreo y liviano de la narración nos llevarán de la mano en un viaje generacional con un toque de fantasía y una serenidad fascinante.

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