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Crítica de LirioForzado


LirioForzado
16 February 2023
No he subrayado nada de la memoria del alambre porque todo ha sido demasiado rápido, un romance de verano a los pies de enero. Ha sido como una de esas noches en las que te prometiste que te lo ibas a tomar con calma, nada de chupitos, una birra y nos volvemos. Pero al final te quedas hasta que prendan las luces y cierren las puertas, hasta que te manden de vuelta al sol.

Si me hubiese puesto a subrayar ahora todo esto sería verde, porque Bárbara Blasco no me ha dado tregua. Seguía preguntándome si el sonido que se escapa del primer párrafo es una suerte o una intención y ya me estaba sorprendiendo de nuevo: con su cinismo o su ingenio mordaz, con unos personajes que plasma con un par de pinceladas y aún así se te quedan grabados, con esa forma de romantizar todo lo que la noche trae bajo su velo.

La narradora creció con Violent Femmes y, veinticinco años después, se gana la vida interpretando en bucle las mismas canciones de Carlos Baute o La oreja de van Gogh, colgando en tus manos de verbena en verbena.

Imagina que odias tu trabajo, pero es lo más cerca que estás de cumplir el sueño de tu mejor amiga que fue arrollada por un tren hace veinticinco años. Carla se fue y se llevó la inocencia, las ganas de correr a ninguna parte. Se llevó la música.

¿Si Carla llevaba los cascos puestos al cruzar por las vías, podría decirse que fue asesinada por las mismas canciones que daban sentido a su vida?

Entre un pueblo semivacío y el siguiente, la narradora recibe un mensaje.

¿Qué llevaba Carla en los bolsillos el día que murió?

A través del misterio, de la articulación de una respuesta, de rebuscar en los baúles, Bárbara Blasco nos habla de una noche que, aún siendo la misma que hoy cubre nuestros cielos, ya no existe. Nos habla de una noche que fue absorbida por la máquina que sorbió guitarras y chupas de cuero para vomitarnos su silencio encima.

Hace tiempo leí que la verdadera maestría de un escritor no se descubre en la manera de elaborar un tema, sino en la manera de pasar de uno a otro. del mismo modo ocurre en la arquitectura o en el cine: el talento se esconde en los encuentros y en el montaje.

Se supone que saltar en el tiempo no es fácil, pero Bárbara Blasco puede hacerte creer lo contrario. Y estos saltos no servirían de mucho si no nos mostrase cómo han acabado las suelas después de tanto correr sin mirar atrás. Porque, parafraseando a la autora:
“Alguien me explicó una vez que el alambre posee memoria, que una vez que se ha doblado, por más que trates de enderezarlo, por más que intentes devolverlo a su posición original, siempre tenderá a combarse, a adoptar la maleada forma. Y la adolescencia es como ese momento en que se tuerce el alambre.”

Con La memoria del alambre entre las manos, a ratos lates entre una emotiva bildungsroman que trastea con el sexo y las drogas y a otro tiemblas al ritmo de un thriller que se pasea por el laberinto de la memoria. Pero siempre estás leyendo el retrato apostólico de una inocencia perdida, de una amiga que servía de espejo, de una música que decae sin freno, una ciudad que nunca volverá a ser la misma.
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