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Novela corta sobre el vértigo de vivir sin dispositivos representacionales. La renuncia sistemática a cualquier sistema de creencias tiene un costo muy alto. Bitar se anima. Adiós a cualquier ideología, a cualquier estética, a cualquier moral. Hay también un adiós al lenguaje, al modo Godard. Aunque en Bitar ocurre de manera sutil. Hay imágenes desbordantes narradas con minimalismo. Quizás haya alguna clave en lo que calla, en lo que destruye, en las omisiones. Pienso que existe un mecanismo Bitar, un pase de magia. Mientras la desesperación se acerca, ocurren cosas extrañas. Lo trivial se vuelve especial, pero sin dejar de ser plano. Lo cotidiano oscila entre el aburrimiento y la intensidad filosófica insoportable -monstruosidad que sólo se insinúa en Bitar-. Hay secciones largas en esta novela corta que parecen onirismos, largos bostezos. No son esos párrafos sin fin de Saer. al contrario, siguen siendo frases austeras, pero logran angostar el potencial inferencial del lector. Se desmaterializa el mundo circundante. Pero no es defecto, sino pleno efecto literario, es estilo. Sin suelo bajo los pies, aparece la destrucción. Toma la forma de ruptura de pareja, de soledad, de concreción cotidiana sin salida, de carestía, de sinsentido, de muerte. La muerte accidental de la mascota, una perra vieja, por comer veneno contra cucarachas durante una fumigación me quedó estancada, no se quiere ir. Tambor de arranque no sólo arranca, sino que llega hasta el borde del abismo. Es razonable que cierre con una hoguera. Bitar le prende fuego al mundo, de a poco, una cosa por vez. Es una opción. En Teoría y Práctica, más tarde, explora otro devenir, el surrealismo, la implosión del mundo. Esta novela es ilegible si el lector no está dispuesto a dejar todas sus seguridades en suspenso antes de entrar al libro.
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