Una presencia ideal

Por más que repitamos aquello de que “la muerte es parte de la vida”, debemos admitir que la muerte hospitalaria, no heroica, no espectacular, esa muerte lenta, que implica un apagado progresivo de las funciones vitales y un decaimiento físico y anímico brutal, no es un tema en el que nos guste pensar. Eso me pasó cuando leí de qué trataba este libro: anticipé un texto lacrimoso, lleno de golpes bajos, deprimente. Nada más lejos de la realidad.

En esta ¿novela? ¿crónica? (me cuesta definir estas narraciones testimoniales a caballo entre la literatura y el periodismo, tan bien cultivadas, por ejemplo, por la inmensa Svetlana Alexievich) Eduardo Berti le da la palabra al equipo de profesionales y voluntarios que trabajan en el sector de cuidados intensivos paliativos de un hospital de Rouen, desde los médicos, enfermeras y camilleros, hasta la esteticista y la voluntaria que les lee. Su función es vital: mantener la dignidad y la humanidad de esos enfermos que transitan sus últimos momentos de vida lo más intactas posible. La figura de la “presencia ideal” tiene que ver con eso: el delicado equilibrio entre el cuidado y la infantilización, entre la empatía y la lástima, entre lo profesional y lo personal. Resalta en los relatos el valor y la entereza de quienes enfrentan la difícil tarea de estar donde nadie quiere estar: en ese umbral tan temido que separa la vida de la muerte.

El tono de los relatos es variado, y eso hace que la lectura sea sumamente amena: hay ternura, hay compasión, hay tragedias, pero también hay humor y alegría. Hay bodas improvisadas en el lecho de muerte, señoras coquetas con admiradores, ausencias letales, pequeños gestos piadosos con grandes consecuencias, pedidos bizarros y dilemas desgarradores. Es un libro que rezuma humanidad y que les da un merecido protagonismo a los héroes anónimos que hacen grandes diferencias en las vidas de la gente común. Una lectura sumamente recomendable.