El castigo

Es posible escribir sobre las injusticias, sobre la violencia y sobre la brutalidad sin necesidad de caer en lo explícito, con elegancia, sobriedad y belleza. No se trata de una ausencia de emociones, sino de un control de la palabra, una palabra que en el fondo hierve de rabia, pero que nunca se derrama por los contornos del trazo impreso.

La historia de Tahar Ben Jelloun es la historia de otros 93 muchachos universitarios que fueron condenados en Marruecos a un servicio militar obligatorio, una privación de libertad que escondía una represalia por el único hecho de haberse manifestado contra la desigualdad. Estos jóvenes, que en algún momento de la obra se les conoce como “los castigados del rey”, están a merced de unos militares despiadados, que pueden infligir contra ellos todo el peso de la crueldad que sea necesario, en esa misión absurda y patológica de convertirlos en unos hombres de verdad. Unos hombres cuyo único mandamiento y pensamiento sea la defensa de la patria, del rey y de Dios.

Estamos a mediados de la década de los 60, en un Marruecos donde impera una monarquía que, por supuesto no está exenta de represión política, y además consintió actuaciones como las que sucedieron en el campamento de El Hayeb y más tarde en la Escuela de Oficiales de Ahermumu.

Es un testimonio que, pese a no ser nada morboso, es una lectura muy ligera, estimulante y necesaria para conocer la realidad que vivieron unos jóvenes de veinte años, que verán marcada su juventud por el terror, el agotamiento físico y psíquico y una incertidumbre marcada a fuego en su sangre: el no saber hasta cuándo durará el encierro y si volverán a ver a sus familias, desconocedoras de las condiciones de vida que tendrán que soportar durante 19 meses.

Entre aquellas paredes se sucedieron torturas, peligrosas maniobras, el juego sádico de sargentos y comandantes. Pero gracias a ese escenario macabro podemos disfrutar de las reflexiones del autor, del recuerdo de su amada, de su pasión por el cine, de esas visiones de la naturaleza que le infundieron el ánimo suficiente para no doblegarse y resistir hasta el último de los castigos.

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