El encargo del maestro Goya

Las portadas las carga el diablo.

Los títulos son promesas muchas veces incumplidas, o como en este caso, un canto de sirena, pues el encargo existe, pero está lejos de tener la electricidad que mi piel necesita.

Nadie escapa de la seducción a primera vista como tampoco de la desilusión que enfrentan nuestras expectativas con la realidad vivida.

Cruzar la frontera de lo visual y nadar el oleaje que profundiza en el interior puede convertirte en náufrago.
Especialmente en literatura.

Marta me enamoró nada más verla. Todavía sin saber que era actriz secundaria o sordomuda, (cuestiones baladíes al fin y al cabo) fluía por mis venas ese halo de misterio que rezuma su fotografía.
Pero...

El tamaño importa.
No es un mito.
¿Grande y torpona o pequeña y juguetona?
Da lo mismo. Ninguna de las dos se sostiene generando un pequeño problema de potencia.

Para los que se han ido por los cerros de la ciudad que otorgó el premio debo aclarar que estoy hablando de algo que cuelga.

Una pizarra.

El método que elige Elena Bargues para que nuestra pintora se comunique.

A tenor de los diálogos que ocupan entre 5 renglones y media página por turno:

¿Qué titánicas dimensiones ha de tener el soporte para albergar tantas letras juntas? ¿Alguien cree verdaderamente factible que esta menuda mujer acarree con semejante objeto encima?
Y de ser pequeño, ¿Cómo desarrollar conversaciones complejas sin morir en el intento?

Esto, que tiene una repercusión mínima en el transcurso de la novela, si debería ser motivo suficiente para descartarla como ganadora del preciado galardón.
Pero estos son mis principios. Y yo no soy juez.

Obra correcta. Bien ambientada. Históricamente liviana, con algún eco pictórico y Goya, que es un susurro.
Prosa sencilla, ágil, que engancha y entretiene.

El resto va a gustos.

Novela romántica con tintes históricos, en algunos tramos, rosa, fosfi brilli brilli.

España napoleónica. Principios del siglo XIX. Los hermanos Velarde viajan a Santander para hacerse cargo de una herencia.
Antes de la partida, Goya hará un encargo a nuestra sordomuda. A mi me parece metido con calzador. El relato hubiera sido exactamente el mismo sin este capricho de la autora.

Tras un accidentado (y bien construido trayecto) aparece en escena San Vicente de la Barquera y un personaje de apellido Bustamante.
Es irremediable. Aquí me pongo a cantar.
"Por el amoooor de unaaaa mujeeer"

Amor, ese romanticismo que nada casa conmigo se respira durante todo el texto rompiedo mis expectativas en mil pedazos.

Cuidado. A mí no me gusta. Pero eso no quita para decir que el libro está bien escrito. La autora tiene oficio en estas lides y es elegante.
Crea tensión sexual sin necesidad de abandonarse en la espiral porno de nuestro siglo que much@s confunden con erotismo.

Para quien le agrade los dos estilos juntos es una buena opción, aunque tampoco soy un experto en esta gastronomía.

A mí me entretuvo hasta la parte final, las últimas 80 páginas no me aportaron nada.

Ojo, también hay aventura, sufrimiento e injusticias, de lo contrario un descreido como yo hubiera muerto de diabetes.