La muerte de Virgilio

Tu senda es poesía, tu meta está más allá de la poesía.
H. Broch, La muerte de Virgilio.

Tras haber leído La muerte de Virgilio, considerada obra capital de Broch, sigo confirmando algunas de las sospechas que albergo desde que me acerqué a Los sonámbulos y, más tarde, a Los inocentes: Broch es una máquina de conceptualizar, todo un ejército de la razón encarnado en un solo hombre, que aspira al absoluto y que, no obstante, está encerrado en su propio afán de sistematizar la existencia. Broch, que nos habla con la voz de Virgilio, busca dar respuesta al caos de su siglo, a la condición del ser humano y, en último término, a la suya propia: la de un alma que ha dedicado su vida a las letras y que en el momento de su muerte se hace consciente de su inutilidad para con el ser humano de su tiempo. Estas son solo algunas de las cuestiones que se deslizan una y otra vez en la obra, como un torbellino y un abismo: lo primero por el ir y volver sobre los mismos temas de forma cíclica, lo segundo por las profundidades a las que aspira y la oscuridad a la que se enfrenta.
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La muerte de Virgilio, en resumen, testimonia un intento desesperado por parte del idealismo de explicar el gran misterio humano, pero que, a pesar de que ahonda en él a profundidades desmedidas, no es capaz de comprenderlo ni salvarlo, como pretende. Su gran virtud es mostrar la imposibilidad del lenguaje para estos afanes: tras haberlo elevado a su máxima potencia y esplendor, tras haber demostrado su capacidad para hacernos vibrar y concebir y hasta emocionarnos con imágenes poderosísimas y significados extraordinarios, tras habernos enseñado todo de lo que es capaz, el lenguaje se declara impotente. Se ha quedado a las puertas.
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