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Crítica de nico_viltro


nico_viltro
21 February 2023
El fetiche de un escritor
En el libro “La historia de mi máquina de escribir”, el escritor Paul Auster a través de unas pocas páginas nos da un recorrido por la historia de esta herramienta, la cual considera fundamental para su actividad.
La máquina de escribir Olimpia, protagonista indiscutible de este libro, llega a manos de Auster luego de que su anterior máquina de escribir terminara destruida al llegar a Nueva York en el año 1974. El traumático hecho que implica el tener que prescindir de su herramienta de trabajo, la cual no es fácil de remplazar o al menos no puede ser suplantada por una con menores prestaciones, a la vez que las dificultades económicas que azotaban al recién mudado escritor, hicieron que la máquina Olimpia fuera adquirida de segunda mano. Lo cierto es que al pasar las páginas vemos como este, en principio, objeto inanimado va adquiriendo vida propia volviéndose un integrante fundamental en la vida de Auster.
Paul también aprovecha esta historia para indagar en sus propios miedos con respecto al avance violento de la tecnología. El escritor rechaza la posibilidad de utilizar cualquier computadora o procesador de texto. Este miedo es incentivado por sus amigos los cuales no pierden el tiempo a la hora de aclararle que presionando una tecla equivocada se puede perder el trabajo de todo un día o el de meses. Ante esta situación Auster se aferra a su máquina de escribir la cual deja plasmadas sus ideas en el imperecedero papel.
Paul Auster no es el único que se ve hechizado por este objeto, pues también el artista Sam Messer se ve atraído por ella.
“Recuerdo que le mostré la máquina de escribir la primera vez que vino, pero no me acuerdo de lo que dijo. Un par de días después, volvió por casa. Yo no estaba aquella tarde, pero preguntó a mi mujer si podía bajar a mi cuarto de trabajo para echar una mirada a la máquina de escribir. Dios sabe lo que hizo allá abajo, pero nunca me ha cabido la menor duda que la máquina le habló.” (Paul Auster)
Luego que Messer realizara una serie de bocetos que pasaron a ser cuadros (los cuales ilustran el libro), Auster descubre que ya no puede referirse a su máquina como un “eso” (en inglés IT) sino que en realidad es “ella” (en inglés She).
Ella se vuelve tan necesaria para el escritor que, éste, al ver la imposibilidad de conseguir cintas de repuesto decide agenciarse un stock de las mismas. Las cintas, que son utilizadas hasta que ya no marcan en el papel y cada vez se vuelven más difíciles de conseguir; comienzan no solo a medir la vida útil de la máquina de escribir, sino que Paul Auster ve que con el último rollo vendrá su posible final como escritor.
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