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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
06 September 2019
En El Palacio de la Luna encontramos la esencia incandescente de Paul Auster, una novela hilada y construida con las particularidades y peculiaridades inherentes a la obra de este autor. En su texto descubrimos todos sus rasgos significativos: la búsqueda de la identidad personal, la introspección más descarnada, un poquito bastante de existencialismo absurdo, el sentido de la vida, la polarización entre el espiritualismo y el materialismo, las extrañas y sorprendentes filiaciones, la lucha... Todo ello envuelto en un debate filosófico-trascendental contextualizado y ambientado en su ciudad, esa que tan bien conoce y que nos invita a recorrer cada vez que leemos sus maravillosas novelas: Nueva York.

Resulta muy difícil encajar temas tan controvertidos y profundos en una novela y que al mismo tiempo fluyan naturalmente a través de sus páginas, convergiendo en sustancia y materialidad, creando una historia verosímil aunque venga cargada de situaciones extrañas y de azares casi imposibles. Por eso nos creemos su genialidad narrativa a pies juntillas, sin cuestionarle ni debatirle absolutamente nada. Esto es lo que me ocurre con Paul Auster, del que quedé totalmente obnubilada tras nuestro primer encuentro literario con Brooklyn follies, y he de contaros que todavía sigo en ese estado de enganche y entrega.

El Palacio de la Luna es una novela temprana, publicada en 1989, en la que hallamos al autor en su estado primigenio y en toda su explosión narrativa, cuando todos sus elementos característicos imploraban por salir y crear una composición inteligible, brillante y límpida. Y soltando todo esto como si nada, arrancamos con la reseña.

Marco Stanley Fogg (o, como él se denomina, M. S. Fogg) es un estudiante de la Universidad de Columbia. Huérfano de madre y con un padre desconocido y ausente, fue criado y educado por su tío, Victor Fogg, músico inteligente y culto pero de escasos medios. Desde el deceso de su madre cuando era un niño, su tío se convirtió en su única familia, su referente y su anclaje en la sociedad. Los dos supieron construir un vínculo profundo y familiar que daba sentido y significado a sus vidas. Pero también su tío muere, y lo anterior desaparece de un plumazo. M. S. Fogg pierde todos los referentes, invandiéndole en todos los sentidos (ya sean físicos o metafísicos) una soledad y un abandono que lo arrastrarán primeramente al retiro y la incomunicación social, para pasar después a otro plano superior, el destierro vital, un aislamiento donde solo dejará entrar a la tristeza, la añoranza y la melancolía.

Entonces nuestro protagonista entra en barrena y se impone una cuenta atrás para dejarse desaparecer y de esta forma eliminar el dolor, al tiempo que mina su salud y su existencia. Parece que la flagelación da sentido a su calculada vida, pues es la forma que elige para expiar y aliviar su intolerable torrente existencial y emocional, emprendiendo un viaje alucinatorio en el que el dolor se junta con el hambre, provocándole ensoñaciones e irrealidades que le dan la vida y la muerte al mismo tiempo, aunque esto sea un tanto utópico y quimérico. Mirando esto con perspectiva, no llegamos a entender del todo por qué este personaje, sin luchar, se entrega al caos (tal y como él dice) para que sea este el que decida si debe morir o vivir.

Pero conforme nos vamos acercando a su persona y comenzamos a rascar las capas que conforman esos trágicos sentimientos, entendemos algunos (no todos) de sus razonamientos: parece que simplemente se siente huérfano y solo, no encuentra anclajes fuera ni dentro de su persona, no tiene referentes que le aferren y sujeten a la sociedad, y por ello intuye que la soledad es la única salida y su deseo es dejarse morir y desaparecer. Para llevar a cabo este destino emprende un viaje, un descenso en el que concretará su fin... pero claro, nada esta firmemente atado: hay otras personas y circunstancias que tienen algo que decir.

Es a partir de este momento cuando las coincidencias y causalidades del autor, sus marcas lingüísticas, señalan los pasos del camino que M. S. Fogg debe seguir. Descenderá a los infiernos y de alguna manera será rescatado, para así encontrarse (como buen lazarillo) en una situación de pupilaje al entrar a trabajar como ayudante del anciano Thomas Effing. Con él encontrará cierto sentido a su vida, pues mientras escribe la biografía de Sr. Effing, se da cuenta de que esta contiene ciertos paralelismos con la suya. Así entiende que su soledad tiene una parte grande de impostura engañosa, pues a su alrededor hay personas que le aprecian y le tienen en cuenta.

En El Palacio de la Luna, Paul Auster escribió una gran historia continente de otras tantas donde el personaje principal, el narrador omnisciente, vertebra todas ellas hilándolas con su pasado, su presente y su futuro. A través de estas historias viajamos y recorremos el Nueva York de finales de los 60 y principios de los 70, el de principios del siglo XX con sus peculiares personajes, y también el Salvaje Oeste además de otras ciudades norteamericanas. Todo envuelto en una extraordinaria e inexorable narrativa cuya brillantez y autenticidad comulgan con el existencialismo más doloroso que engendra y da sentido a esta excepcional novela.

Seguiré leyéndote.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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