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Tengo tantos motivos para amar este libro como para odiarlo, así que seré breve. Cantar de los Nibelungos sigue la historia de un linaje (el de la corte de Worms, situada en Burgundia) a partir de la entrada de Sigfrido en él y hasta el final del mismo. Son unos cuantos años de tragedias, malentendidos, traiciones, rencores y, por supuesto, varios olvidos y/o equívocos del compositor. ¿Lo bueno? Presenta unos cuantos personajes interesantes (los femeninos, sobre todo) que se involucran con leyendas, como el tesoro de los Nibelungos y la capa de invisibilidad (sí, como la de Harry Potter). Todos tienen personalidad propia y salen del maniqueísmo que suele espantar en las historias de estas épocas. Algunos incluso crecen en importancia y generan tensiones determinantes. Me encantó el particular pedido de mano de Brunilda, su carácter y lo que implica para ella el matrimonio. Hay unas cuantas lecturas interesantes para hacer allí y Krimilda no se queda atrás en cuanto aportes a la trama. Sirve mucho para tener otra óptica de personajes históricos que pululan por el cantar e invita a mirar mapas. Muchos mapas. ¿Lo malo? Hay un quiebre en la mitad del cantar que no logró mantener mi interés como la primera parte. Existen, además, “salidas de escena” incomprensibles y olvidos para darle paso a la brutalidad extrema de un linaje que está evidentemente maldito. Por supuesto, la culpa de todo recae más fácilmente en las mujeres que en los hombres (porque, claro está, en esa época hasta el más malo era preferible a una mujer enojada). Las descripciones de la ropa y de las joyas son densas y repetitivas, pero necesarias porque servían para ostentar y comprar voluntades. El final me hubiera gustado de no ser tan brusco, como si estuvieran apurados por resolver el conflicto. Se podría haber cerrado bien si no se hubiera perdido tanto tiempo en historias paralelas distractoras. |
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