 |
Abrir este libro es abrir las puertas de una pensión barcelonesa en los años 50, es explorar todos sus recovecos, a menudo infestados de ratas, es entrar en sus cuartos, habitados por personas tan diferentes entre sí que apenas guardan dos cosas en común: la obligación de vivir en ese lugar y el deseo de poder prosperar. Los enanos es, ante todo, una obra en la que Concha Alós indaga sobre el poder del dinero y las consecuencias de la posguerra. Publicada en 1962, esta novela sorprende por lo avanzada que acaba siendo en muchos aspectos; en este libro se retratan personalidades del siglo pasado, algo que hace que, como es de esperar, a menudo encontremos comentarios racistas o misóginos, pero también se empieza a ver la luz de un posible cambio: mujeres que se quejan de la desigualdad y maltratos con los que conviven, alegatos en contra de un antisemitismo que nos remite a la Segunda Guerra Mundial, desconfianza hacia palabras que empiezan a perder o tener un valor diferente, como deber o sociedad, y una crítica a la riqueza como único garante de seguridad. Toda esta narración que se nos va haciendo de la vida, costumbres y pensamientos de los habitantes de la pensión va a alternarse con el diario personal de María, una de ellos, que en el refugio que le proporciona la escritura va a hablarnos sobre el duelo y el amor, dando lugar a algunas de los pasajes más bellos del libro; María, criada para seguir el modelo de buena mujer, va a hablarnos, también —y en esta voz oigo a la propia Alós—, sobre el sentido de los Mandamientos con que ha crecido (ten honor, sé respetable, amable), sobre su posición de enana en un mundo de gigantes. Al final, muchos de los personajes de esta novela solo buscan estabilidad y un vínculo con el mundo que hagan su paso por él más llevadero. Y yo, que los leo cincuenta años más tarde, pienso en lo afortunada que me siento de que mi vínculo con el mundo, además de las personas de mi alrededor, sea la literatura, que gracias a ella pueda seguir conociendo a autoras como Concha Alós, que me recuerdan —una vez más— el trabajo que queda por hacer y lo feliz que me siento de ir siendo testigo de este camino bello que recorremos juntas. |
>
