La costurera y el viento

¿Cómo no preguntarse si esto es en serio o en broma?

No deja de ser enternecedor asistir al intento de un artista de realizar un acto de creación absoluta, de querer sacar algo de la nada, y así entender que se desprecie la memoria, que se quiera salir de uno mismo, que el artista se revele ante lo verosímil, que no se respete el 1 2 3… y se quiera meter ahí mismo, en donde menos se lo espera, un 3 2 7 o incluso una H o algo peor, pero, ¡ay, amigo¡, como tú bien dices “ir a la Patagonia no es tan fácil”.

No es suficiente que un escritor siga escribiendo el relato en un café porque no se atreve a pedir la cuenta al camarero, que su impotencia la quiera compensar con niños que nacen agarrados al miembro del violador de su madre, o de vientos que hablan o se enamoran, o de vestidos de novia que bailan en formas hermosísimas a miles de metros del suelo, no, amigo, para mí no es suficiente. Necesito entender y aquí no entendí un carajo (algunos dirán que eso es problema mío, no del relato. Es cierto, pero también soy yo el que pone las estrellas). Es más, me jodió llegar a ese final sin final, que era lo único que me incitaba a seguir. Será que el camarero al fin se acercó.

Pero no me rendí y busqué explicaciones en la red. Me costó, pero al final encontré una que me lo aclaró todo:

“El libro exhibe a la Patagonia como un cuerpo textual y textualizado complejo, a través del cual se problematiza la construcción literaria de la región, como zona liminal profusa en ficciones de identidades. Desde una ostensible performatividad narrativa, la novela conjuga la invención del espacio con la frecuente referencia a una cartografía histórica y literaria que se actualiza en una dispersión de afiliaciones intertextuales.” L. M.

Nos ha fastidiado, así sí.

La novela es cortita, y aun así se me hizo larguiiiiiiiiiiiiiísima, tanto que, habiéndola empezado el lunes, yo también exclamé algo parecido a eso que dice Aira: ¡Han pasado tantos años que ya debe de ser martes!.