Las pulgas del Leviatán

Un libro de cuentos para mi representa una unidad. Un entramado de historias que tienen un hilo conductor, todo se mueve en un aparente universo ficcional creado por el autor donde todas y cada una de las cosas cobran sentido. Cuando se concibe de esta manera, para mí, todo debe estar relacionado. Así es este libro con sabor a la colombiana.


Cada uno de los cuentos está atravesado por lo fantástico, cada historia es la historia de un monstruo, donde hay un hombre que tiene unos lentes capaz de ver el camuflaje que los oculta. No hay un mal específico, solo una presencia que se siente en el ambiente, que amenaza, que hace daño, que limita y aterra. Pero también son las narrativas que se esconden en las casas, en los barrios, donde la violencia se manifiesta, pero de la cual solo se quiere huir para no pertenecer, sin embargo, el arraigo jala y al final siempre se vuelve a aquello sitios que fueron testigos de los lamentos y de las risas. 


Hay algunos con un matiz borgiano y otros parecen historias de juglares, a todos los atraviesa el conflicto, pero no el de los cuchillos y las balas, sino el de los pensamientos, los deseos, las pasiones y los enredos. 


Son cuentos que se sienten y se viven, son cuentos que vienen de las bocas de los vecinos cuando se sientan una tarde a tomar café o  una noche a beber cervezas, pero también son un conjunto de crónicas que narran esas cosas que suceden en pequeños pueblos, en aquellos lugares donde los límites no existen y las paredes tienen oídos, donde las brujas no existen, pero que las hay, las hay y donde el diablo es puerco y bien mañoso.