La vergüenza

Así define su sentimiento de vergüenza el propio protagonista de esta historia:

“La vergüenza en si es una puerta de entrada al interior de uno mismo, un sentimiento de ofensa, de derrota, de abatimiento, de inferioridad y de alienación. La vergüenza es el interior más interior del ser humano, no hay nada más próximo a uno mismo… la imagen más amarga que existe de la propia persona, una mezcla de impotencia y cobardía”

La vergüenza entendida como terror patológico al fracaso, al rechazo, un sentimiento que te anula, que impide que puedas construir una vida, que puedas establecer relaciones personales, desarrollar una carrera laboral. La solución que encuentra nuestro antihéroe es la bebida, las drogas, cualquier cosa que lo mantenga en un estado semiinconsciente en el que todo le dé absolutamente igual, en el que no pueda sentir vergüenza por nada. Nada que hacer, ese estado lo lleva a sentir más vergüenza de sí mismo y a ver la vergüenza en los ojos de los demás, a consumir más alcohol, más pastillas, un círculo vicioso del que es muy difícil salir, máxime cuando pedir ayuda es motivo de vergüenza, un trance con grave riesgo de rechazo.

“He inventado un nuevo tiempo de indicativo: el pluscuampresente, un estado de indecisión permanente, de preguntas sin respuesta y peticiones saldadas con rechazos; un tiempo que me divierte y me cabrea a partes iguales, pero que es mío y solo mío. Y por ahora he decidido mantenerlo. Así pienso vivir: sin arrepentimientos y sin futuro, en el pluscuampresente de una situación que ni siquiera me conviene”

El protagonista es consciente de que ha tocado fondo cuando repara en que ha olvidado el derrame cerebral que sufrió su madre una semana atrás. Aquí empieza la historia de su desintoxicación, que es en realidad el contexto en el que se desarrollan los temas de la novela (no hagan caso de la sinopsis en la que se dice que es la “crónica de un descenso al abismo”, el personaje ya está desde el primer párrafo de la novela en lo más profundo del pozo; tampoco es “un peculiar viaje existencial por una Bucarest oscura y fantasmal”, la mayor parte de la novela se desarrolla en hospitales y en una clínica de desintoxicación).

“No quiero marcharme de mi vida; por muy fea y miserable que sea, no deja de ser mía”

Este es un gran tema, no la dificultad de cambiar de vida —desintoxicarse es solo un paso necesario pero insuficiente si no se modifican las conductas—, sino tener el deseo de ser otro, de adquirir una forma nueva de ver las cosas, cambiar de un día para otro todo aquello que te define y dejar tu pasado atrás. de nuevo, un círculo vicioso de difícil solución: siendo uno mismo no hay salvación, pero quién quiere salvarse si tienes que ser otro.

“No hay nada tan doloroso como la idea de renunciar a todo lo que una vez has sido en nombre de un bien incierto, remoto y escurridizo; hacer tabula rasa con tu pasado —que, por muy alejado que esté, no deja de representar lo que eres— y emprender un camino que ni siquiera conoces.”

Sin histrionismos, con gran lucidez y hasta con una gran belleza, Cristian Fulaș nos introduce en la mente de un adicto, en su confusión, en su desamparo. No es fácil comprender para el no adicto la enorme dificultad que supone romper los mecanismos mentales que encierran al enfermo en su infierno. Algo así pasa también con los depresivos, unos y otros tardan en aceptar su enfermedad, lo que dificulta su curación, es más, la agravan, se sienten incomprendidos, distintos y, por tanto, solos.