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Debo confesar que no era lo que pensaba, tanto para bien como para mal. Sí, describe en parte la realidad de la esclavitud en los Estados Unidos a principios del siglo XIX a través de una ficción-experiencia de la autora, nos sumerge en su hostilidad, barbarie, iniquidad y todos los sentimientos ligados a la crueldad que padecieron los negros en el territorio, además de sus sueños, capacidades y las esperanzas en un mundo mejor. Sin embargo, el cristianismo se convierte en un elemento trascendental en la obra siendo el único salvavidas para esas pobres almas. Por este motivo, muchas páginas se hacen doblemente pesadas de leer, como si se estuviera en una misa infinita el último día de la semana santa con un sermón reiterativo acerca de la abnegación, la sumisión y la buena fe. Supongo que para los devotos esto no es problema alguno y se convierte en un factor estimulante, pero para los que no, es más que incómodo, por lo que tuve que detenerme en varias oportunidades y retomar solo por la labor de cumplir con una lectura completa. También se encuentra uno con muchas palabras para describir y llevar las situaciones de los personajes y en tan solo unas pocas líneas se concluyen sus conflictos principales. En conclusión, una nueva experiencia de lectura en cuarentena. |
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