Segunda parte, y última, de esta bilogía que comienza con “Y entonces llegó mi ángel”.
En esta ocasión la novela comienza donde terminó, con Ainoa embarazada del difunto Adrián y teniendo que asumir todos los cambios físicos y hormonales que esto conlleva, así como la tristeza de la pérdida de su gran amor. Aunque no estará sola, contará con la ayuda incondicional de sus amigas ibicencas, las cuales la arroparan desde el principio sin conocerla en profundidad, simplemente del trabajo.
Esto nos lleva a pensar que las amistades, al igual que el amor, más fuertes nacen en las circunstancias menos favorables y que hacen que podamos considerarlas como esa parte de la familia que nosotros elegimos. Y aunque Ainoa es tentada en varias ocasiones por otros hombres, entre ellos el hermano de su difunto novio, su amor incondicional por Adrián la hará permanecer fiel, como se dice hasta la eternidad, a él aunque le cueste la cordura.
Por otro lado estará presente Pablo, su amigo gay y exnovio de Ainoa, que representará su vida anterior en su Málaga natal, y que es otro pilar fundamental para la obra al demostrar que por encima de todo siempre tiene que quedar la amistad. Además su personaje nos lleva a plantearnos las dudas que muchas personas tienen en referencia a su identidad sexual, ya que él vuelve a sentir que le atraen las mujeres, aunque no por ello se las tiene que menospreciar, o infravalorar o peor aún acosarlas y discriminarlas por razón de sus gustos y condición sexuales.
También, tenemos a los padres de Adrián que ofrecerán todo su apoyo a Ainoa, dando lugar a que nos demos cuenta que aunque no haya ningún tipo de papel firmado, las parejas de los hijos/as deben ser consideradas como miembros de la familia siempre que se sepa que era una relación consolidada, y no andar pleiteando ya que de esta manera no se respeta los deseos del fallecido/a.
Con un final bastante impactante.