Alhaja de Ángel de Frutos Acevedo
Trece años después nada había cambiado en el pueblo. Maleta en mano, caminando doblada por el efecto de un equipaje mucho más pesado que aquel que un día se llevase de allí, recorría de nuevo aquellas calles luminosas, cegadoras, desiertas a primera hora de la tarde.
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