Nuestra Señora de París de Victor Hugo
Cuando conseguí verte por segunda vez, deseé verte mil veces; deseé verte siempre; ¿cómo puede uno detenerse en esa pendiente infernal? Desde entonces dejé de ser yo. El otro extremo del hilo con el que el demonio me había atado las alas estaba sujeto a tu pie y desde entonces fui, como tú, un ser errante y vagabundo. Te esperaba bajo los porches para verte, te espiaba en la calle, tras las esquinas, te vigilaba desde lo alto de mi torre.
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