Nuestra Señora de París de Victor Hugo
También de sus ojos tristes se escapaba una mirada, una mirada inefable, una mirada profunda, lúgubre, imperturbable, fija en uno de los ángulos de la celda que no podía verse desde fuera; una mirada que parecía unir todos los pensamientos sombríos de aquel alma desesperada a no sé qué objeto misterioso.
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