Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) ya que su maldad no era seguramente innata en él. Ya desde sus primeros contactos con los hombres, se había sentido y luego visto abucheado, insultado, rechazado. Las palabras humanas siempre eran para él crítica o burla y, al crecer, sólo odio había visto hacia él. Y también él lo cogió; había contraído el mal general; había recogido el arma con que le habían herido.
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