Nuestra Señora de París de Victor Hugo
(…) subid a cualquier punto elevado de donde podáis dominar la capital entera y asistid al despertar de todos los carillones y ved, a una señal venida del cielo –pues es el sol quien la da– cómo sus mil iglesias se estremecen al tiempo; primero son tintineos aislados que van de una iglesia a otra, como cuando los músicos advierten que se va a comenzar y después, de pronto, contemplad, pues parece que en algunos momentos los oídos tengan ojos también, contemplad cómo se eleva al mismo tiempo de cada campanario algo así como una columna de ruido o como una humareda de armonía. Primero la vibración de cada columna sube recta, pura y, por así decirlo, aislada de las demás, hacia el cielo esplendoroso de la mañana y después, poco a poco, se funden acrecentándose, mezclándose y borrándose unas en otras; se amalgaman en un magnífico concierto. Ya es únicamente una masa de vibraciones sonoras, desprendida sin cesar de los innumerables campanarios, que va flotando, que se ondula, que salta y que gira sobre la ciudad conduciendo hasta más allá del horizonte el círculo ensordecedor de sus oscilaciones. |